LA   DESGRACIA  DE   TANTAS   FAMILIAS  ME   CONMUEVE  PROFUNDAMENTE 

Eugenio no se encontraba ya en Marsella y su primera reacción fue volver de inmediato a la ciudad, pues el cólera se había extendido de Toulon y Aix a la ciudad. El Padre Tempier había escrito:

“Es el verdadero deseo del señor Obispo [Fortuné] que usted permanezca alejado de la epidemia, pues se encuentra ya ausente de cualquier manera. Acabamos de recibir una carta del Alcalde, solicitándonos no hacer tañer las campanas al saberse de los agonizantes, pues su sonido atemoriza a la gente. Tal solicitud es ridícula; aun no hemos tomado una decisión al respecto.”
Carta de Henri Tempier a Eugenio de Mazenod, Julio 16, 1835, EO2 núm 70.

En la respuesta de Eugenio vemos su preocupación y dolor ante la tragedia:

“Me causa tanta angustia saberles de nuevo en peligro, que siento ganas de ir a compartirlo con ustedes, para su consuelo y el mío…
Rezaremos todos los días por ustedes; diga a mi tío cuan preocupado estoy por él, por usted y por todos nuestros amigos; la desgracia de tantas familias me conmueve profundamente. Una palabra y llego enseguida.”

Carta a Henri Tempier, Julio 19, 1835, EO VIII núm. 523

El sufrimiento de los demás siempre dejó huella en la vida de Eugenio, llevándole a ofrecer alguna respuesta. Al haber visto al mundo a través de los ojos del Salvador crucificado, su respuesta fue siempre de cooperar con el Señor en favor de los necesitados.

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ME CAUSA TANTA ANGUSTIA SABERLES DE NUEVO EN PELIGRO

La epidemia de cólera en Marsella terminó repentinamente en abril de 1835, tras haber azotado la ciudad por 111 días. Tres meses después brotó en la ciudad y puerto cercano de Toulon, con varias muertes diarias. Dos de los Oblatos en Aix se preparaban para ir a Toulon y dar ayuda espiritual a los agonizantes, pero el inicio de la enfermedad en Aix en Provence se los impidió.

El Padre Courtès escribió:

“Este día siempre será recordado por los habitantes; a las 4 de esta mañana la nube mortal rodeó a la ciudad y para las 10 am, más de treinta víctimas habían sido atacadas mortalmente por el cólera, casi como si se tratara de un rayo. Tuve que enviar a dos sacerdotes al hospital en ayuda del capellán: todos los enfermos de cólera fueron atendidos espiritualmente, falleciendo la mitad de ellos. El Padre André volvió a casa después de las 10 pm, tras escuchar confesiones todo el día. El Seminario Mayor se ha convertido en hospital.” (Cita en Rey I, pág. 632).

Eugenio no se encontraba ya en Marsella, sino en el Santuario de Notre Dame, donde el Padre Tempier le informó, a lo que le respondió: 

Todas sus cartas, mi querido Tempier, son cada vez más preocupantes. Hoy es el relato desgarrador del desastre ocasionado por el cólera, tal vez la peste en Toulon, y el gran temor que le inspira la cercanía a la ciudad afectada. Sobre eso, necesito en verdad me mantenga enterado a diario de las noticias de su localidad, por un periódico como la “Gazette”. Espero no olvide proporcionarme ese triste consuelo. Me causa tanta angustia saberles de nuevo en peligro…

Carta a Henri Tempier, Julio 19, 1835, EO VIII núm. 523

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NO  HUBO PARA  MI  RECOGER LA  PALMA  TAN DESEADA  DEL MARTIRIO DE LA CARIDAD

Para Eugenio la oblación significaba estar preparado para entregar la vida propia a Jesús, en especial al servicio del prójimo. Desde su ordenación sacerdotal había rezado por el martirio de la caridad. 

Le doy brevemente mis noticias. El cólera se llevó a todos. Le afronté como era mi deber, no sin peligro, pero al menos sin perjuicio para mi salud. Cada día debía visitar a varios enfermos en los hospitales y casas. Dios me ha ayudado siempre y así no he podido recoger la palma que tanto deseaba: el martirio de la caridad.

Carta al Obispo Frezza en Roma, Abril 27, 1835, EO XV núm. 177

Eugenio pudo no haber obtenido el martirio de la caridad, pero los ataques en su contra ciertamente le ocasionaban otro tipo de martirio. Se le había prohibido cualquier ministerio público como Obispo en Marsella, pero debido a la urgencia de la situación, el Prefecto se dio cuenta de que se le necesitaba e hizo caso omiso. Sin embargo, al finalizar la epidemia la situación tanto con las autoridades civiles como con algunos sacerdotes rebeldes resurgió nuevamente. Al haber perdido su ciudadanía francesa, Eugenio estaba preocupado de haber atraído demasiada atención a su presencia en Marsella y por tanto ser expulsado del país, por lo que decidió salir de la ciudad e ir a vivir en las comunidades Oblatas fuera de Provenza.

Leflon nos explica:

«En junio había entregado su renuncia como vicario-general y salido de Marsella para administrar ordenaciones y confirmaciones en las diócesis de Aix y Avignon. En su ausencia, algunos sacerdotes que habían sido disciplinados justamente, le atacaron en la prensa ante el consejo estatal; uno de ellos fue Jonjon, quien publicó en el Semáforo anticlerical un terrible artículo titulado ´La Justicia del Obispado de Marsella´. Uno más fue el pastor de Aygalades: privado de sus poderes pastorales por haberse vuelto insoportable a sus feligreses, que había atraído a los periódicos, a su parroquia y a los funcionarios de Aix al altercado y había apelado al rey y al Papa. Por último, el prefecto de Vaucluse se alarmó por la actividad mostrada en su territorio por un prelado “que se ha hecho notar en el sur debido a sus principios fanáticos y esquema burgués.” El Semáforo, que defendía a estos dos rebeldes, incluso llegó a falsificar una carta de Su Eminencia, el Cardenal Pacca al Obispo de Icosia, “quejándose de su mala administración de la diócesis . . . y reprochándole seriamente el trato vergonzoso a los sacerdotes.” El periódico añadió incluso que en vista de las “continuas quejas que llegaban a Roma respecto a él, tanto de los sacerdotes como del gobierno”, el Cardenal lo amonestó pidiéndole salir de Marsella e incluso del reino. Esto explica por qué el Obispo de  Icosia no fue visto en las procesiones de Corpus Christi “y no ha podido dejarse ver en Marsella.”   Leflon 2 pp. 491-492.

A pesar de todo ello, Eugenio pudo proclamar constantemente, “¡Dios siempre ha venido en mi ayuda!”

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UNA RESPUESTA  PRÁCTICA  A  LOS EFECTOS DE LA EPIDEMIA DEL CÓLERA 

Rey, biógrafo de Eugenio, describe algo que encontraremos con regularidad en el futuro: la habilidad de Eugenio para identificar algún grupo de personas que eran “las más abandonadas” y dar pasos prácticos para modificar la causa. En este caso, el grupo era los niños que habían quedado huérfanos a la muerte de sus padres por el cólera. El vocabulario de Rey es algo florido, pero transmite un poderoso mensaje.

Cito el pasaje completo. Sin embargo, nunca dejó de lidiar con el cólera y las terribles consecuencias que resultaron de ella, que se manifestaban a diario. El 5 de abril había convocado al obispado a las damas más distinguidas de la sociedad de Marsella, para que en principio adoptaran la fundación de un orfanato para los niños que habían perdido a sus padres debido al cólera. En dicha reunión, el valiente obispo electrizaba a la audiencia, que le era común en cualquier circunstancia…

«Se trataba de una reunión en preparación: las señoras, consultadas y emocionadas por las elocuentes palabras del Prelado, recaudaron los fondos necesarios para la adopción inmediata de varios huérfanos. Se anunció una reunión subsecuente en la iglesia de San Vicente de Paul para el 19 de mayo, primer día de las Rogaciones. La iglesia era muy pequeña para dar cabida a la multitud de fieles que deseaban escuchar el mensaje del Obispo de Icosia y ver al pie del altar, a la asamblea de las Señoras Patronas y los jóvenes huérfanos. Nos gustaría reproducir las palabras del orador; fueron recogidas con gratitud; solo citaremos el pasaje que hizo brotar las lágrimas de todos:

He aquí, señoras, a las inocentes criaturas que su caridad permite adoptar bajo el auspicio de la Providencia; Helos aquí, ataviados en su ropa de luto, que da testimonio de su infortunio. Ustedes les hacen sentir todo lo que pueden esperar de sus corazones de madre y ya los suyos laten con ese nombre lleno de encanto que no se atrevían a pronunciar más. Extienden hacia ustedes sus manos suplicantes, a ustedes, señoras tan magnánimas, tan tiernas y compasivas, mejor dicho, tan eminentemente cristianas. ¡Ah, señoras, comprendo su emoción! ¡Nuestros pobres niños han sido salvados!

«Así, les veo llevarles a su seno materno y en este hermoso transporte de la caridad más divina, prodigarles sus caricias, darles su afecto, no solo el alimento necesario para el sostenimiento de su vida, sino de algo más precioso, pues les veo preparándoles una educación, que asegurándoles su felicidad en esta vida y en la otra, coronará todo el cuidado que desean darles desde sus pocos años.
Dios todopoderoso, Dios santísimo, Dios magnánimo, apoya desde las alturas esta admirable adopción que deleita mi alma con alegría, hace fluir mis lágrimas y anima mi gratitud.
Y tú, adorable Jesús, nuestro divino Maestro aquí presente, bendice desde tu Tabernáculo esta obra naciente; bendice a estos niños que tu Providencia ha colocado bajo el manto tutelar de quienes le representan aquí abajo.
Bendice a estas damas cristianas, tan merecedoras de este hermoso nombre, a quien honran con tantas virtudes;
Bendice también a todos los humildes religiosos que dedicarán sus mejores años al cuidado, la instrucción y santificación de estos niños que les encomendamos hoy.

Se fundó la tarea. Las bendiciones llegaron a su cuna y nunca la han abandonado.

Rey I pp. 619 – 620.
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HEMOS GLORIFICADO A DIOS CON LAS ORACIONES PRESCRITAS

El cólera había azotado Marsella por 111 días, cobrando miles de vidas.

Hemos glorificado a Dios con las oraciones públicas prescritas. Los médicos nos habían anunciado un terrible recrudecimiento del mal, pero Dios, burlándose de sus previsiones, lo ha eliminado de un soplo; la epidemia cesó por entero con la novena de adoración solemne al Santísimo Sacramento. Para mí y todos los que tienen fe, es un milagro evidente, más admirable que la resurrección de un muerto. Si el Santo Padre ignora estas cosas, puede hablarle de ellas, con la seguridad de estar muy por debajo de la verdad.
   Las dos procesiones con el Santísimo, que se hicieron el primer y el último día de la novena, duraron cada una cinco horas. Mi tío, a causa de sus 85 años, me dejó presidir la ceremonia. En la procesión había 1,200 personas con antorchas,  y en la plaza donde se dio la última bendición, más de 80,000. Imagínese tantas voces durante el Tantum ergo, en aquella hermosa iglesia que tenía por cúpula el cielo y se extendía hasta donde alcanzaba la vista; las lágrimas inundaban los rostros. Desde ese momento comprendí que habíamos sido escuchados.
   …Fue una hermosa compensación a mis penas ver a Dios tan glorificado, a tantas almas convertidas, y a nuestra ciudad curada por esos medios todopoderosos empleados ante la misericordia infinita…

Carta al Obispo Frezza en Roma, Abril 27, 1835, EO XV núm. 177

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MI CORAZÓN  SE REGOCIJA ANTE TAN ADMIRABLE DEVOCIÓN

Mientras dispensaban ayuda a quienes tanto sufrían, Eugenio y su tío, el Obispo Fortuné, lograron enfocar la atención de la gente de Marsella en oración concentrada. La población tenía una devoción especial al pequeño santuario de Notre Dame de la Garde en la colina que dominaba la ciudad. En especial la gente amaba la estatua de la “Buena Madre” que representaba a María “cuidando” a la ciudad y al mar. Eugenio escribió: 

Haremos súplicas solemnes. Mañana bajarán a la Virgen de la Guardia para ser expuesta en la Catedral durante tres días. Haremos después una procesión general con el Santísimo, como podrás verlo en la pastoral que te enviaré.

Carta a Casimir Aubert, Marzo 10, 1835, EO VIII núm. 508

Algunos días después escribe una carta a su madre y le describe el evento: 

En este momento tenemos a la vista algo encantador. Es una explosión de devoción a la Santísima Virgen, que no solo se ha manifestado durante el trayecto de la montaña a la catedral, sino que prosigue en forma continua. La catedral, donde ha sido expuesta la imagen, no se desaloja desde las 5 de la mañana hasta  las 7 de la tarde. Cuando digo que no se desaloja, es que todo el amplio edificio está constantemente lleno, desde el altar hasta el órgano; hemos dejado entrar al coro, que siempre está lleno de hombres. No se puede menos que llorar de alegría.  Así que debo obligarme a dejar ese templo, y si no me reclamaran tantos asuntos en otras partes, no saldría de allí: mi corazón se regocija ante tan admirable devoción. Meparece imposible que el Señor no se deje conmover y que su divina Madre no nos obtenga misericordia. No sé qué ocurrirá. El hecho es que ayer, en lugar de tantos casos que diariamente sembraban horror en nuestro barrio, solo tuvimos uno; y San Lorenzo, que sufría igual que nosotros, solo tuvo dos. Es una enorme disminución. Esperemos…

Carta a su madre, Marzo 1835, EO XV  núm. 176

Beaudoin nos comenta: “La estatua de N.D. de la Garde fue expuesta en la catedral del 8 al 12 de marzo. El día 12 hubo una procesión de la catedral a la iglesia de San Martín, donde el Santísimo Sacramento estuvo expuesto por nueve días. Esos días de oración concluyeron con otra procesión el 22.”

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LA GENTE EN SU NECESIDAD, BUSCA A LOS MISIONEROS 

Debimos prever con prontitud las necesidades más apremiantes en algunas parroquias, como la Mayor y San Lorenzo. El Calvario presta más servicios que una parroquia; se dirigen con gusto a los misioneros…

Carta a Casimir Aubert, Marzo 10, 1835, EO VIII núm. 508

Los Misioneros a quienes se hace referencia son los Oblatos, que fueron enviados de inmediato a ayudar a los necesitados en las parroquias de la diócesis, pues el clero diocesano no era suficiente.

El Padre Mille se ofreció de inmediato a hacer el viaje de tres días a Notre Dame du Laus, para ayudar. El Padre Tempier respondió, a nombre de Eugenio:

El Obispo sabía con certeza de la devoción de tu espíritu, por lo que no le sorprendió tu solicitud de venir y atender a las víctimas del cólera.  Sin embargo, en esta ocasión solo tendrás el mérito de tus buenas intenciones; podemos hacernos cargo de todo tranquilamente. Haz tu tarea donde te encuentras, pues la enfermedad podría fácilmente llegar de visita: se adapta a todos los climas.

Carta de Henri Tempier a Jean Baptiste Mille, Marzo 16, 1832, EO2 núm. 69

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DEBO DAR EJEMPLO DE UNA SANTA INTREPIDEZ

En el auge de la epidemia, Eugenio describe la situación en Marsella: 

Nuestras ocupaciones, mi querido hijo, se multiplican cada vez más. Anoche fui a dormir a las 2 de la madrugada. Nos buscan a causa del recrudecimiento de la horrible enfermedad que asola a nuestra ciudad. Debimos prever con prontitud las necesidades más apremiantes en algunas parroquias, como la Mayor y San Lorenzo. El Calvario presta más servicios que una parroquia y se dirigen con gusto a los misioneros. Yo estoy al servicio de todos los barrios para administrar el Sacramento de la Confirmación a gran número de quienes habían descuidado recibirlo; regreso en este momento del hospital, y hay que atender 36 asuntos que fluyen de todas partes. Ahora mismo acaban de llamarme para visitar a una pobre mujer que no verá el nuevo día. Vuelvo a tomar la pluma para decir cuánto siento no poder cumplir tus deseos, que me hubiese dado tanto gusto satisfacer, pero comprendes que mi lugar está aquí y que debo dar ejemplo de una santa intrepidez. 

Carta a Casimir Aubert, Marzo 10, 1835, EO VIII núm. 508

El lugar de Eugenio como cooperador del Salvador debía ser donde los más abandonados sufrían.

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MI LUGAR ESTÁ AQUÍ

Para febrero de 1835 el brote de cólera era ya una epidemia. En la cúspide de ella, Rey nos comenta que el promedio de muertes de la gente en su casa era de al menos 83 al día, sin contar quienes eran llevados a los hospitales. El pánico en los habitantes de Marsella hizo que entre 25 y 30,000 personas huyeran de la ciudad para evitar la epidemia.

René Motte describe la situación de Eugenio:

“En ese momento Mons. de Mazenod había perdido sus derechos civiles por haber aceptado el episcopado sin la autorización del gobierno francés. No reacciona en términos negativos, pretextando ya no tener obligaciones en Marsella, o que podría dejar la ciudad como habían hecho los que tenían suficiente dinero para garantizar su seguridad en el campo. Por el contrario, está consciente de que el Señor lo llama a quedarse con los pobres: «mi lugar está aquí”. Además, su ministerio como obispo le invita a conferir la confirmación a los enfermos que no la habían recibido. Su fe en la función del Espíritu Santo en toda vida cristiana le lleva a ponerse a disposición de todos para asegurarles el don del Espíritu Santo. Es fiel a ese llamado a pesar del peligro de contagio.”

“Epidemias de cólera” en https://www.omiworld.org/es/lemma/epidemias-de-colera-es/

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CUANDO LO HICIERON CON UNO DE ESTOS , CONMIGO LO HICIERON

En 1832, cuando Eugenio se encontraba en Roma para convertirse en Obispo de Icosia, había habido un brote de cólera en Marsella. Temiendo que llegara a proporciones de epidemia, Eugenio se acercó al Papa para que otorgara algunas indulgencias a la gente de la diócesis que había ayudado a los fallecidos por la enfermedad. El listado de Eugenio fue aprobado por el Papa en noviembre de 1832. 

1/ Indulgencia plenaria para quienes contrajeran la enfermedad y fueran a confesión;
2/ 100 días a cada persona que visitara a los enfermos y les llevara ayuda espiritual o material;
3/ Indulgencia plenaria una vez por semana a quienes cuidaran a las víctimas de cólera en su enfermedad (generalmente mortal);
4/ 100 días a cada sacerdote confesor aprobado por cada vez que escuchara la confesión de una víctima de cólera;
5/ Indulgencia plenaria una vez por semana a los sacerdotes que ayudaran a quienes morían por cólera.

Audiencia Papal , 2 de noviembre de 1832 en Rey I pág. 617.

Tal vez la cuestión de las indulgencias no nos llame tanto la atención hoy en día como en esa época, pero el punto de este texto es mostrar cómo se veía el servicio a las víctimas del cólera como un acto corporal de misericordia del Evangelio. El hecho de importancia es que la enfermedad era muy contagiosa y que las personas obviamente evitaban estar con quienes la sufrían. Así se mostraba a quienes permanecían para prodigar la ayuda necesaria, que lo que hicieran por alguna de las víctimas, a pesar del riesgo para ellos mismos, lo hacían con Dios (cf. Mateo 25:40) y en el nombre de Dios.

El brote de cólera de 1832 no duró mucho, aunque volvió de nuevo en enero de 1835, cuando se promulgó la lista de indulgencias y fue publicada en todas las iglesias y capillas de la diócesis.

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