UNA RESPUESTA  PRÁCTICA  A  LOS EFECTOS DE LA EPIDEMIA DEL CÓLERA 

Rey, biógrafo de Eugenio, describe algo que encontraremos con regularidad en el futuro: la habilidad de Eugenio para identificar algún grupo de personas que eran “las más abandonadas” y dar pasos prácticos para modificar la causa. En este caso, el grupo era los niños que habían quedado huérfanos a la muerte de sus padres por el cólera. El vocabulario de Rey es algo florido, pero transmite un poderoso mensaje.

Cito el pasaje completo. Sin embargo, nunca dejó de lidiar con el cólera y las terribles consecuencias que resultaron de ella, que se manifestaban a diario. El 5 de abril había convocado al obispado a las damas más distinguidas de la sociedad de Marsella, para que en principio adoptaran la fundación de un orfanato para los niños que habían perdido a sus padres debido al cólera. En dicha reunión, el valiente obispo electrizaba a la audiencia, que le era común en cualquier circunstancia…

«Se trataba de una reunión en preparación: las señoras, consultadas y emocionadas por las elocuentes palabras del Prelado, recaudaron los fondos necesarios para la adopción inmediata de varios huérfanos. Se anunció una reunión subsecuente en la iglesia de San Vicente de Paul para el 19 de mayo, primer día de las Rogaciones. La iglesia era muy pequeña para dar cabida a la multitud de fieles que deseaban escuchar el mensaje del Obispo de Icosia y ver al pie del altar, a la asamblea de las Señoras Patronas y los jóvenes huérfanos. Nos gustaría reproducir las palabras del orador; fueron recogidas con gratitud; solo citaremos el pasaje que hizo brotar las lágrimas de todos:

He aquí, señoras, a las inocentes criaturas que su caridad permite adoptar bajo el auspicio de la Providencia; Helos aquí, ataviados en su ropa de luto, que da testimonio de su infortunio. Ustedes les hacen sentir todo lo que pueden esperar de sus corazones de madre y ya los suyos laten con ese nombre lleno de encanto que no se atrevían a pronunciar más. Extienden hacia ustedes sus manos suplicantes, a ustedes, señoras tan magnánimas, tan tiernas y compasivas, mejor dicho, tan eminentemente cristianas. ¡Ah, señoras, comprendo su emoción! ¡Nuestros pobres niños han sido salvados!

«Así, les veo llevarles a su seno materno y en este hermoso transporte de la caridad más divina, prodigarles sus caricias, darles su afecto, no solo el alimento necesario para el sostenimiento de su vida, sino de algo más precioso, pues les veo preparándoles una educación, que asegurándoles su felicidad en esta vida y en la otra, coronará todo el cuidado que desean darles desde sus pocos años.
Dios todopoderoso, Dios santísimo, Dios magnánimo, apoya desde las alturas esta admirable adopción que deleita mi alma con alegría, hace fluir mis lágrimas y anima mi gratitud.
Y tú, adorable Jesús, nuestro divino Maestro aquí presente, bendice desde tu Tabernáculo esta obra naciente; bendice a estos niños que tu Providencia ha colocado bajo el manto tutelar de quienes le representan aquí abajo.
Bendice a estas damas cristianas, tan merecedoras de este hermoso nombre, a quien honran con tantas virtudes;
Bendice también a todos los humildes religiosos que dedicarán sus mejores años al cuidado, la instrucción y santificación de estos niños que les encomendamos hoy.

Se fundó la tarea. Las bendiciones llegaron a su cuna y nunca la han abandonado.

Rey I pp. 619 – 620.
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