Para Eugenio la oblación significaba estar preparado para entregar la vida propia a Jesús, en especial al servicio del prójimo. Desde su ordenación sacerdotal había rezado por el martirio de la caridad.
Le doy brevemente mis noticias. El cólera se llevó a todos. Le afronté como era mi deber, no sin peligro, pero al menos sin perjuicio para mi salud. Cada día debía visitar a varios enfermos en los hospitales y casas. Dios me ha ayudado siempre y así no he podido recoger la palma que tanto deseaba: el martirio de la caridad.
Carta al Obispo Frezza en Roma, Abril 27, 1835, EO XV núm. 177
Eugenio pudo no haber obtenido el martirio de la caridad, pero los ataques en su contra ciertamente le ocasionaban otro tipo de martirio. Se le había prohibido cualquier ministerio público como Obispo en Marsella, pero debido a la urgencia de la situación, el Prefecto se dio cuenta de que se le necesitaba e hizo caso omiso. Sin embargo, al finalizar la epidemia la situación tanto con las autoridades civiles como con algunos sacerdotes rebeldes resurgió nuevamente. Al haber perdido su ciudadanía francesa, Eugenio estaba preocupado de haber atraído demasiada atención a su presencia en Marsella y por tanto ser expulsado del país, por lo que decidió salir de la ciudad e ir a vivir en las comunidades Oblatas fuera de Provenza.
Leflon nos explica:
«En junio había entregado su renuncia como vicario-general y salido de Marsella para administrar ordenaciones y confirmaciones en las diócesis de Aix y Avignon. En su ausencia, algunos sacerdotes que habían sido disciplinados justamente, le atacaron en la prensa ante el consejo estatal; uno de ellos fue Jonjon, quien publicó en el Semáforo anticlerical un terrible artículo titulado ´La Justicia del Obispado de Marsella´. Uno más fue el pastor de Aygalades: privado de sus poderes pastorales por haberse vuelto insoportable a sus feligreses, que había atraído a los periódicos, a su parroquia y a los funcionarios de Aix al altercado y había apelado al rey y al Papa. Por último, el prefecto de Vaucluse se alarmó por la actividad mostrada en su territorio por un prelado “que se ha hecho notar en el sur debido a sus principios fanáticos y esquema burgués.” El Semáforo, que defendía a estos dos rebeldes, incluso llegó a falsificar una carta de Su Eminencia, el Cardenal Pacca al Obispo de Icosia, “quejándose de su mala administración de la diócesis . . . y reprochándole seriamente el trato vergonzoso a los sacerdotes.” El periódico añadió incluso que en vista de las “continuas quejas que llegaban a Roma respecto a él, tanto de los sacerdotes como del gobierno”, el Cardenal lo amonestó pidiéndole salir de Marsella e incluso del reino. Esto explica por qué el Obispo de Icosia no fue visto en las procesiones de Corpus Christi “y no ha podido dejarse ver en Marsella.” Leflon 2 pp. 491-492.
A pesar de todo ello, Eugenio pudo proclamar constantemente, “¡Dios siempre ha venido en mi ayuda!”