Y  LO DICHO  ES  NADA COMPARADO  CON  LO QUE  HACEN  LOS MISIONEROS

Eugenio continúa maravillado por la valentía de los Oblatos frente al peligro, y de la milagrosa protección que Dios les otorga. 

Y lo dicho es nada comparado con lo que hacen. Después de terminar agotados en el hospital, si acaso vuelven bien entrada la noche para un poco de descanso, les buscan para llevar la ayuda de su ministerio a los enfermos de la ciudad.
Llevan, tanto en Aix como en Marsella, a los diáconos, quienes para dar más tiempo para las confesiones, llevan el santo viático y acompañan a la sepultura. El de Aix bautiza a todos los niños del hospital; están siempre dispuestos, mientras que, ¿lo diré? ciertos vicarios, es más, ciertos párrocos aterrados, no salen de casa; guarde esto último para usted; si se llega a saber fuera de la ciudad, que está cansada de ello, prefiero no sea por nosotros. Así parece que Dios vela por los nuestros. Se puede decir que en Aix la casa estaba asediada y hasta invadida por la muerte. No sólo los que estaban separados de los misioneros por una pared, viviendo prácticamente bajo el mismo techo han perecido, sino que la parte de la casa que no pudimos comprar sobre el patio, estaba llena de muertos que se veían desde nuestras ventanas y balcón. ¡Había en el centro de nuestra casa una familia de veintidós personas amontonadas! ¿En qué proporción debían esperar ser diezmados?
Pero el ángel del Señor velaba sobre esos hombres abnegados y sus hermanos a los que servían. No ceso desde hace tres días de bendecir y agradecer al Señor, pues para mí, es verdaderamente prodigioso. Aunque mientras doy gracias a Dios por su ayuda a nuestros Padres y por la felicidad que han tenido de sacrificarse por sus hermanos, no puedo dejar de quejarme o mejor dicho, de reconocer que el Señor me ha castigado por mis fallas, enviándome a otros lugares a ejercer un ministerio que me priva de la dicha de compartir sus méritos y participar en Su gloria. De haber estado allí, no hubiesen evitado me sacrificara encabezando a los demás. Lejos del mal, estoy bien, pero enfermo de pena.

Carta a Bruno Guigues, Agosto 1°, 1835, EO VIII núm. 529

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¡QUÉ   FELICES  SON   AL   PODER  SACRIFICARSE   POR   LAS  ALMAS  DE  SUS HERMANOS A  COSTA  DE SU  VIDA, COMO  NUESTRO DIVINO  MAESTRO, QUE MURIÓ POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

Es diferente tratándose de los sacerdotes y hasta de los diáconos, ¡Que Dios bendiga su celo, que recompense su caridad! No dejo de rezar y de hacer rezar por su salud, pero envidio su suerte y no les ofendo teniéndoles lástima. ¡Qué felices son al poder sacrificarse por las almas de sus hermanos a los que santifican, a los que salvan, a los que envían a la gloria a costa de su vida, como nuestro divino Maestro, que murió por la salvación de los hombres! ¡Qué admirables son! Pero también, ¡qué felices son esos queridos mártires de la caridad! ¡Qué hermosa página para la historia de nuestra Congregación!

Carta a Bruno Guigues, Agosto 1°, 1835, EO VIII núm. 529

¡En verdad una hermosa página Oblata, que se ha repetido una y otra vez en nuestro servicio a los más abandonados hasta nuestros días!

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ES   IMPOSIBLE  NARRAR   EL   HEROISM O  Y   LA   ABNEGACIÓN  DE   LOS NOVICIOS Y ESCOLÁSTICOS

Todo el clero de Marsella, incluidos nuestros misioneros, se han conducido de maravilla. En Aix, que es para clamar venganza, han dejado todo a nuestros Padres, quienes han hecho prodigios, aunque con justicia también a  los hombres, en espera de que Dios los recompense. Lo verdaderamente milagroso, es que con ese nivel de extenuación nadie ha sido contagiado.

Aunque la intención de Eugenio era que los sacerdotes solo intereactuaran con los agonizantes por la epidemia, reconoció la valentía de los novicios y escolásticos en su participación. 

Y nuestros oblatos (novicios y escolásticos, no sacerdotes), es imposible narrar el heroísmo de su abnegación, pues debían tocar, frotar, enjugar el número siempre creciente de coléricos despidiendo un olor inaguantable, cuyo sudor frío y abundante, los cubría literalmente algunas veces. Les sucedió, que levantando a los moribundos, el sudor helado que se deslizaba por la mano y brazo de sus mangas, les llegaba a mojar hasta el pecho. El relato de todos esos detalles hace temblar. Ya era hora de apartarlos de tanto peligro antes de sucumbir. Tenían ya algunos signos previos que no hubiesen tardado en desarrollarse. Con las fricciones, que solo son un alivio momentáneo pues no han salvado a nadie, no se debía exponer la vida de quienes me son confiados y que son por otra parte la única esperanza de laCongregación, cuya conservación debo prever mientras sea su padre; se podría haber pagado por ese servicio a alguien más…

Carta a Bruno Guigues, Agosto 1°, 1835, EO VIII núm. 529

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HAN   SIDO   DÍAS  TERRIBLES,   HASTA   EL  PUNTO   EN   QUE  EN   UN   SOLO DÍA HUBO 400 DECESOS

Debido a que Eugenio no se encontraba en Marsella, Henri Tempier escribió a la madre de Eugenio para darle los pormenores de la terrible situación en el lugar.

“Señora, comprendo que podría estar un poco más tranquila sabiendo lo que sucede aquí. Es por ello que me apresuro a hacerle saber que hasta el momento todos nos encontramos bien, gracias a la bondad de Dios. Han sido días terribles, hasta el punto en que en un solo día hubo 400 decesos. No sabíamos donde sepultar a tantos que llevaban las carretas. La enfermedad ha disminuido considerablemente hoy y lo debemos a la protección de la Santísima Virgen.
La plaga continúa en Aix, aunque con menos muertes. Anteayer estuve en esa infortunada ciudad esperando encontrar a mi cuñado Mitre aun con vida. Fue atacado por la enfermedad y falleció antes de que yo llegara. 
Manténgase a salvo, señora y no considere volver a nuestra área en tanto la plaga continúe. Nuestro venerable Prelado conserva su usual buena salud. Su hijo debe encontrarse ya en Notre Dame du Laus. Por favor reciba mis saludos respetuosos y buenos deseos.”

Carta de Henri Tempier a Madame de Mazenod, Julio 29, 1835, EO2 Tempier núm. 76

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PUSIÉRAMOS    A   SALVO    A    QUIENES   NO    PUEDEN    PRESTARLES  NINGUNA AYUDA ESPIRITUAL

Puesto que nuestros hermanos no pueden aun ofrecer su ministerio a los pobres fieles contagiados, mi idea es librarlos del peligro, haciéndoles salir de Aix para enviarlos a Ntra. Sra. de Laus. Así, me pareció mal que el P. Courtés, sin consultarme, expusiera la vida de esos jóvenes de quienes respondo ante Dios y los hombres, imponiéndoles un servicio temporal en los hospitales de los coléricos. Nadie censuraría que, dedicando a todos nuestros sacerdotes al servicio de los enfermos, pusiéramos a salvo a quienes no pueden prestarles ninguna ayuda espiritual.

Carta a Henri Tempier, Julio 25, 1835, EO VIII núm. 526

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¿POR QUÉ EXPONERLOS SIN RAZÓN?

El cuidado que Eugenio y los Oblatos prodigaban a las víctimas del cólera era pastoral sacramental. Los novicios no podían prestar ese servicio sacerdotal, por lo que Eugenio quería que estuvieran alejados del contagio y sanos para poder llegar a su ordenación. Para ello, solicita ayuda a su madre. 

Me preocupa nuestro noviciado. Nada más justo que todos los sacerdotes se queden para cumplir con celo su ministerio, aunque con peligro para su vida; pero todos esos jóvenes que son la esperanza de la Congregación que he fundado con tanta dificultad ¿por qué exponerlos sin razón? Se me ha ocurrido una idea, que no he comentado con nadie, hasta saber su opinión. Si los enviara a Saint Laurent, dormirían en el granero, pues no hay camas, y vivirían en el castillo fuera de todo peligro, dedicándose a los ejercicios ordinarios.

Carta a su madre, Julio 20, 1835, EO XIII núm. 85

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SE LO DEBE A SU FAMILIA, QUE REQUIERE SU AMOR PARA SÍ

Eugenio escribió a su madre pidiéndole salir de inmediato de Aix y del peligro del contagio. 

No dudo, mi querida madre, que haya accedido sin dudar a lo que le pidió Tempier, quien me dice le ha apremiado para ir a reunirse con Eugenia en San Martín, llevando con usted a Luis y Cesaria. Es lo único razonable; hay que hacerlo de inmediato. Es evidente que son las ciudades las que están infectadas; hasta ahora los pueblos alejados de ellas se han librado del contagio. No escuche la opinión de cualquiera. Hay que salir sin demora. El mejor médico es el aire limpio; el de las ciudades es pestilente. Es demasiado peligroso desafiar un mal que ataca sin aviso. Salga inmediatamente, si no lo ha hecho ya. Se lo debe a su familia, que requiere de su amor para sí.

Carta a su madre, Julio 20, 1835, EO XIII núm. 85

Eugenio comprendía la importancia del amor de la madre en una familia – y de ella y de su padre había aprendido su amor paterno por los Oblatos y todos aquéllos encomendados a su cuidado.

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APRUEBO DE TODO CORAZÓN QUE NUESTROS SACERDOTES SE SACRIFIQUEN POR LA SALVACIÓN DE SUS HERMANOS

Todos los Oblatos se dedicaron sin reservas a atender a las víctimas del cólera. El significado de “oblación” es ilustrado por este pequeño texto.

Que Dios bendiga a todos nuestros Padres por su admirable pero indispensable abnegación. ¿Podría pensarse algo diferente de religiosos consagrados al heroísmo en todas las virtudes? Apruebo de todo corazón que nuestros sacerdotes se sacrifiquen por la salvación de sus hermanos.

Carta a Henri Tempier, Julio 25, 1835, EO VIII núm. 526

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EL   PELIGRO  ES   INCESANTE    NOCHE  Y   DÍA   Y  NUESTROS   PADRES  ESTÁN EXPUESTOS   AL   CONTAGIO  DE   ESE   MAL  QUE   NO   ANUNCIA SU LLEGADA

La preocupación de Eugenio no solo era por las víctimas del cólera y sus familias, sino por todos los miembros de su Familia Oblata que se arriesgaban al trabajar con los enfermos de tan contagiosa enfermedad. Así, escribe a cada una de las comunidades Oblatas, pidiéndoles rezar por el bienestar de los demás.

Puesto que el peligro es incesante noche y día, nuestros Padres están expuestos al contagio de ese mal que no anuncia su llegada. Al final de cada ejercicio de comunidad rezarán en común un “Pater” y un “Ave” con el “subtuum” y la oración “Defende”, un “Gloria Patri” a nuestro protector San José y un “Angele Dei”. Todos los días de rito semi-doble, dirán la colecta, etc. Pro “Congregatione et Familia”. Son las oraciones que mando rezar en todas nuestras comunidades.

Como el Padre Mille y su comunidad se encontraban en el Santuario Mariano: 

añadirán, debido a su feliz posición a los pies de María, una visita diaria en comunidad al santuario donde recitarán, con el mayor fervor posible, las letanías de nuestra buena Madre.

Seguro de que como familia los Oblatos se fortalecían mutuamente frente al peligro, podían ahora trabajar en solidaridad con los necesitados, con valentía renovada. 

Después nos pondremos con confianza en manos de la Divina Providencia, aceptando de antemano y de todo corazón, todo cuanto le plazca disponer de nosotros…

Carta a Jean Baptiste Mille, Julio 19, 1835, EO VIII núm. 524

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NO   TEMO   MORIR   CUMPLIENDO   LOS   DEBERES   DE   MI   MINISTERIO  CON LOS ENFERMOS

Dios es testigo que no temo morir del cólera, ni del tifus, ni de la peste, de contraer alguno de esos males cumpliendo los deberes de mi ministerio con los enfermos.

Eugenio había expresado este pensamiento anteriormente, en 1811, en la víspera de su ordenación sacerdotal. Veinticuatro años después continúa expresando su convicción como Oblato, de que la verdadera oblación significa estar preparado para entregar la vida misma por los demás, tal como lo hizo Jesús.

Por el contrario, deseo ardientemente ese género de muerte, por creerlo eminentemente apto para expiar mis pecados; por ello, de ir a Marsella, me dedicaré de lleno a la tarea después de tres días de retiro, para encomendar mi alma a Dios. Lo haré en cuanto el peligro lo haga más apremiante.

Carta a Henri Tempier, Julio 19, 1835, EO VIII núm. 523

No son solo palabras: en 1814 había puesto en riesgo su vida al trabajar con los prisioneros de guerra austriacos, donde este “cooperador del Salvador” casi muere.

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