Dios es testigo que no temo morir del cólera, ni del tifus, ni de la peste, de contraer alguno de esos males cumpliendo los deberes de mi ministerio con los enfermos.
Eugenio había expresado este pensamiento anteriormente, en 1811, en la víspera de su ordenación sacerdotal. Veinticuatro años después continúa expresando su convicción como Oblato, de que la verdadera oblación significa estar preparado para entregar la vida misma por los demás, tal como lo hizo Jesús.
Por el contrario, deseo ardientemente ese género de muerte, por creerlo eminentemente apto para expiar mis pecados; por ello, de ir a Marsella, me dedicaré de lleno a la tarea después de tres días de retiro, para encomendar mi alma a Dios. Lo haré en cuanto el peligro lo haga más apremiante.
Carta a Henri Tempier, Julio 19, 1835, EO VIII núm. 523
No son solo palabras: en 1814 había puesto en riesgo su vida al trabajar con los prisioneros de guerra austriacos, donde este “cooperador del Salvador” casi muere.