A pesar de todos sus esfuerzos por revivir «la mecha humeante» de este Oblato de 24 años que había sido sacerdote por un año, el Fundador debió actuar drásticamente cuando fue evidente de que no era posible un cambio en su comportamiento.
“Me ocuparé de tu expulsión de la Sociedad. Para ello debo reunir al Consejo que decidirá sobre este asunto.
No creo que haya duda. Sólo después de la decisión podré darte la dispensa que probablemente no presentarás ante el tribunal de Dios para obtener su misericordia. Juzgando por tu carta, creo que te consideras desligado de tus compromisos a través de tu petición. Tu conducta en Vico confirmaría esta opinión…
Termino esta carta con el corazón lleno de dolor y preveo anticipadamente la desastrosa consecuencia sobre tu pobre alma por el paso que acabas de dar. Sabía que eras muy imperfecto, pero no suponía que lo fueras hasta el punto al que has llegado. El veneno estaba oculto en la llaga. De haber sido más sincero, quizá el mal hubiera sido remediado, pero cuando se deja penetrar a Satán en el espíritu, pronto te arrastra muy lejos. Esa es tu lamentable historia.
Reuniré tus cartas tan poco sinceras y en las que sin embargo yo creía, para quemarlas el día que seas separado de la familia que te había adoptado”.
Carta al Padre Leopold Carles, Julio 22, 1844, EO X núm. 848
Un triste final.
En este escenario incierto estamos preparando nuestro 37º Capítulo General que esperamos se realizará en septiembre, aquí en Italia… el tema del capítulo es PEREGRINOS DE ESPERANZA EN COMUNIÓN. Esta es una afirmación audaz dado el contexto que nos toca vivir. Cada sustantivo en esta frase destapa muchas imágenes significativas, bíblicas y eclesiales, así como relatos y la sabiduría de nuestra cultura popular. El tema nos dará muchos puntos de partida para compartir la fe y la animación para prepararnos al Capítulo.
Celebramos con enorme alegría y agradecimiento el 196º aniversario de la aprobación pontificia de nuestras Constituciones y Reglas de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Compartamos la profunda convicción de Eugenio de Mazenod de que esta aprobación fue obra de la divina Providencia.