MAYO 21, 1861 – CONMEMORACIÓN DEL FALLECIMIENTO DE NUESTRO FUNDADOR

El día anterior a su muerte, Eugenio encomienda lo siguiente a su familia Oblata:

Aseguradles que muero feliz… que muero feliz porque Dios ha sido muy bueno conmigo por elegirme para fundar la Congregación de los Oblatos en la Iglesia.
Y como el último deseo de su corazón:
Practicad entre vosotros la caridad… la caridad… la caridad… y fuera, el celo por la salvación de las almas.

Joseph Fabre (sucesor de Eugenio como Superior General), Circular de 1861

En 2011, la Congregación Oblata y la Arquidiócesis de Marsella se reunieron en el sepulcro de San Eugenio para conmemorar el 150 aniversario de su muerte. El actual Superior General y sucesor recordó:

Para nosotros, los Oblatos, San Eugenio fue un hombre ardiente con un gran amor por Jesucristo, la Iglesia y los pobres. Compartió estos dones con la gente de Marsella durante 37 años como Vicario General y después como Obispo.

Al mismo tiempo, era Superior General de los Misioneros Oblatos, guiando esta creciente Congregación desde el Obispado al otro lado de la calle.

Desde esta ciudad nos mandó a predicar el Evangelio a todo el mundo. .. Nosotros, los Oblatos, estamos orgullosos de continuar su inspiración en cerca de 70 países, con más de 4.000 misioneros y numerosos laicos asociados.

Padre Louis Lougen OMI

Durante su homilía en la Misa, el sucesor actual de San Eugenio como Obispo de Marsella, comentó:

Al Obispo de Mazenod le animaba su pasión por la proclamación del Evangelio. Cristo llegó a él a través del encuentro con los más pobres, uniéndolo a Él y convirtiéndole en un apóstol incansable.

Es un modelo para nosotros. Que la pasión por el Evangelio nos llene y lleve a los más pobres en la iglesia de nuestro tiempo…

Arzobispo Georges Pontier

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OBLACIÓN POR AMOR A LA IGLESIA

Los primeros dos años de la presencia de Eugenio en Marsella como Vicario General fueron intensos, debido a que había mucho por hacer para restablecer la diócesis después de la falta por más de 20 años de un obispo en el lugar.

El estilo de vida de Eugenio tuvo un cambio radical. Su espíritu de oblación significaba dedicarse por completo al servicio de la Iglesia a través de la Diócesis de Marsella y a través de los Misioneros Oblatos

La época del renuevo de los poderes nos sobrecarga de modo increíble; trabajamos ordinariamente hasta medianoche con el P. Tempier; nos ha ocurrido separadamente hasta las dos de la mañana. El presupuesto del Prefecto, los asuntos del obispado y del seminario, los consejos del ayuntamiento que hay que seguir, etc. todas esas cosas a la vez nos abruman.

Carta a Marius Suzanne, Diciembre 16, 1823, EO VI núm. 122

Aquí hace referencia a algunas de las preocupaciones urgentes de poner en marcha la diócesis: asignar clérigos a las parroquias, persuadiendo a las autoridades de la ciudad de otorgarles fondos para los gastos diocesanos y mantener las parroquias. La Revolución había tomado la casa del Obispo y el seminario. La casa había de ser remodelada para poder habitarse de nuevo y encontrar lugar para el seminario, así como encontrar profesores para los seminaristas. También había que establecer relaciones con los diferentes cuerpos cívicos de la ciudad y los pueblos que la rodeaban.

Todos estos asuntos llegaron al mismo tiempo y nos mortificaban,” pero fue el espíritu de oblación lo que hizo posible soportarlas y transformar cada una de estas tareas tan necesarias en una misión, sin importar qué tan mundanas fueran. La Oblación hizo posible tener en mente que trabajar para establecer y reforzar la estructura para promover la evangelización, era de hecho, una misión.

 

“Algunas personas pueden vivir a la altura de sus ideales más elevados, sin sobrepasar nunca el sótano”. Theodore Roosevelt

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LOS HOMBRES DE LOS OBISPOS – COMO MISIONEROS RELIGIOSOS EN COMUNIDAD

Por el bien de la paz, Eugenio concluye su carta al Obispo de Fréjus aceptando el hecho de quienes dejaron a los Misioneros para volver a la diócesis.

Porque en fin, ya que los que han provocado la decisión de su Consejo quieren dejarnos, que se vayan;

Luego resume las características principales de lo que es la vida religiosa de los Oblatos: una comunidad de misioneros cuya meta es ayudarse mutuamente en su relación con Dios y su ministerio. Vuelve a las tres bases esenciales no-negociables de la vocación Oblata: espiritualidad personal y vida comunitaria por el bien del ministerio apostólico. SER para HACER.

Pero ¿sería posible, Monseñor, que Ud. cuya bondad y dulzura son tan conocidas, quisiera forzar la voluntad del muy pequeño número de nuestros hermanos que prendados de la santidad de vida que se lleva en nuestras casas, sintiendo la atracción de una vocación particular por la práctica de algunas virtudes más eminentes, con una gran regularidad de conducta, deseosos de aprovechar las ventajas inapreciables de la vida de comunidad, sin renunciar por ello al ejercicio del ministerio, considerando como su mayor dicha vivir entre nosotros, que Ud. quisiera, Monseñor, arrancarlos del asilo que la Providencia les ha proporcionado, en el que dos de ellos, de tres que son, han sido formados desde su infancia y a costa nuestra? Nunca lo creeré….

Carta al Obispo C.A. de Richery de Fréjus. Noviembre 12, 1823, EO XIII núm. 44

Al mencionar lo principal en la vocación de los Oblatos, Eugenio termina su carta con tono pacífico. De ahí en adelante, quedó restaurada la armonía y los Misioneros pudieron continuar con su buen trabajo.

Pero todo ello subrayó la necesidad de buscar la aprobación papal para la Congregación de los Oblatos en algún momento y dejar de estar a merced de las extravagancias de los diferentes obispos. Tardaría más de dos años de trabajo para que se hiciera realidad.

“..diversidad de operaciones pero es el mismo el Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común… Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. 1 Corintios 12:6-12

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LA LEALTAD A LOS OBISPOS COMO NUESTROS PADRES Y GUARDIANES NATURALES

Continuamos nuestra reflexión sobre la carta de Eugenio al Obispo de Fréjus, respecto a la crisis que provocó al retirar a sus hombres de los Misioneros. En textos anteriores, vimos el daño colateral ocasionado.

Sin embargo, por la imprudencia de aquellos que han provocado esa decisión, y que la divulgaron de casa en casa, todo el mundo se ocupa de eso, dando cada cual su opinión sin conocer el fondo de la cuestión. Nos censuran sin oírnos, porque guardamos silencio. Se nos calumnia, se proyecta sobre nosotros un descrédito que perjudica a nuestras personas y a nuestro ministerio.

Señala el buen trabajo realizado por los Misioneros en los ocho años de su existencia y su lealtad constante a los obispos locales.

¡Y es ahora, después de ocho años de tranquila profesión, cuando nos viene encima esta tempestad! ¡Y el golpe fatal parte de la autoridad en la que únicamente nos apoyábamos, bajo los auspicios de la cual nos habíamos formado, habíamos crecido y nos manteníamos! ¿No son, en realidad, los obispos nuestros protectores natos, nuestros padres, y el objeto de nuestro respeto y de nuestro amor?
Sí, Monseñor, su voluntad es nuestra norma, su autoridad es el alma de nuestro cuerpo, el condimento de todas nuestras acciones; nosotros sólo existimos por ellos y para ellos, para trabajar sin descanso, a sus órdenes, por la salvación de los pueblos a ellos confiados, y para aliviar el peso de su trabajo con todos los esfuerzos de nuestro celo.
Han pasado ocho años sin que hayamos recibido la menor censura en el ejercicio de nuestras santas funciones. Nuestro modo de vivir, nuestra conducta, lo puedo decir con toda verdad, ha sido motivo de edificación para todos cuantos han podido conocerla y apreciarla.
Nuestros superiores eclesiásticos, testigos de nuestros trabajos, nos han animado constantemente, y han aprobado siempre todas nuestras gestiones.

La armonía había sido sacudida por la acción del Obispo de Fréjus, como explica Eugenio:

Íbamos extendiendo los beneficios de nuestro ministerio difundiendo nuestra obra con la creación de diversas fundaciones en las diócesis que hemos evangelizado. Los Señores Obispos de Gap, de Digne, de Marsella, de Nimes, dándonos los testimonios más halagüeños de su protección, reclamaban nuestro servicio, que estábamos preparados para prestarles, como lo hubiéramos hecho con Ud., a la primera señal; y he aquí que su brazo nos hiere con un golpe fatal que deshace todos nuestros proyectos, y que, por sus consecuencias, hace tambalear nuestras instituciones, desacredita nuestras conductas, y nos deja, por decirlo así, a merced de nuestros enemigos, que son aquellos cuyos gustos hemos contrariado, herido sus pasiones, cumpliendo con exactitud los deberes sagrados del ministerio que nos estaba confiado.
Reconozca, Monseñor, que todo esto es para nosotros motivo de justo dolor. Es más, si debo dar crédito a los rumores que corren, esto es sólo el comienzo y Ud. nos prepara un golpe todavía más doloroso.

Carta al Obispo C.A. de Richery de Fréjus. Noviembre 12, 1823, EO XIII núm. 44

 

“Sean obedientes al Obispo y uno al otro, como Jesucristo lo fue en carne propia al Padre y los apóstoles a Cristo, al Padre y al Espíritu, para que pueda haber unidad en la carne y en espíritu.” San Ignacio de Antioquía

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¿CUÁL ES LA AUTORIDAD DE LOS OBISPOS SOBRE LOS OBLATOS?

Hemos seguido la saga de los obispos provenzales, que casi llegaron a destruir a los Misioneros de Eugenio. Vimos cómo Eugenio pudo sortear la tormenta con el Arzobispo de Aix e internamente entre los Misioneros. Su siguiente paso fue tranquilizar los ánimos con el Obispo de Fréjus, quien dio inicio a todo ello, al llamar de regreso a su diócesis a tres Misioneros (los Padres Deblieu y Maunier, así como al escolástico Jeancard).

Totalmente tranquilizado por las bondades que me había siempre testimoniado, y por la protección que se ha dignado conceder a nuestra Sociedad, cuando le pedí en París una bendición para ella y para mí, me he callado cuando su Consejo, por una decisión severa, apartó a tres miembros de una corporación que constantemente se había dedicado al servicio de su diócesis.
El respeto que profeso por su sagrada persona, unido al temor de contrariarle, me impidió darle unas explicaciones que, de haber llegado a tiempo, probablemente hubiesen disuadido al Consejo de decidir sin más la nulidad de algunos compromisos tomados voluntariamente, según testimonio del poder legítimo entonces existente, para mayor bien de los individuos, y ventaja de las diócesis respectivas que estaban encargados de evangelizar.
Estas explicaciones le habrían demostrado, Monseñor, que unos sacerdotes que profesan la entrega más absoluta a sus primeros pastores, y que actúan siempre en su nombre y a sus órdenes, se guardarían muy bien de intentar eludir su jurisdicción.
Para ello basta con darle a conocer uno de los artículos fundamentales de nuestras Reglas, concebido en estos términos:
“Los miembros de esta Congregación se dedicarán, bajo la autoridad de los Ordinarios de quienes dependerán siempre, a procurar ayuda espiritual a las pobres gentes dispersas por los campos, y a los habitantes de los pueblos de las zonas rurales, que son los más carentes de ayudas espirituales”

Carta al Obispo C.A. de Richery de Fréjus. Noviembre 12, 1823, EO XIII núm. 44

La importancia de esta carta está en que se refiere a una cuestión que continúa siendo relevante hoy en día: ¿cómo encaja el Misionero Oblato en una diócesis? Eugenio está seguro de que cuando los obispos invitan a los Oblatos a sus diócesis, la responsabilidad de la evangelización es de los obispos, y los Oblatos “en todo actúan sólo en su nombre y bajo sus órdenes.”

PERO Eugenio aclara esto al citar uno de los artículos de su Regla al Obispo. Los Oblatos no se unen a una diócesis para convertirse en sacerdotes diocesanos, perdiendo su identidad en un ministerio parroquial genérico. El Obispo acepta que trabajen debido a su carisma específico, puesto al servicio de la diócesis, de forma que sea particular a su espíritu.

En la Provenza de 1823, se trataba de “aportar ayuda espiritual a los pobres diseminados por la campiña y a los habitantes de las aldeas rurales.” Su alcance en cualquier diócesis era proporcionar misiones parroquiales y misiones permanentes desde sus comunidades o santuarios, a “aquellos con mayor necesidad de esta ayuda espiritual”.

Más adelante, conforme los Oblatos tuvieron mayor número y llegaron a nuevas situaciones en diferentes países, su respuesta característica hubo de estar en diferentes circunstancias y vemos cómo Eugenio siempre insistió en la naturaleza específica de nuestro carisma, al aceptar las invitaciones y retirar a sus Oblatos de alguna diócesis, cuando el obispo no lo respetaba en la práctica.

Nuestro carisma proveniente de Dios, envía a todos los asociados a él, laicos, religiosos y sacerdotes, a centrarse básicamente en los más abandonados por la estructura diocesana – en comunión con el Obispo, pero nunca a costa de perder nuestra identidad.

No es sólo a través de los sacramentos y los ministerios de la Iglesia que el Espíritu Santo santifica y guía la gente de Dios y les enriquece con virtudes, sino ‘distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad’ (1 Cor 12:11), distribuye dones especiales entre los fieles de todo tipo. A través de estos dones les prepara para realizar las varias tareas y oficios que contribuyen a la renovación y construcción de la Iglesia” (LG 12). Esta es la enseñanza del Segundo Concilio Vaticano. Por tanto, el compartir de la Gente de Dios en la misión mesiánica no se logra sólo a través de la estructura ministerial de la Iglesia y de la vida sacramental. También sucede de otra forma, por la de los dones espirituales o carismas.   Papa Juan Pablo II, Audiencia General, Junio 24, 1992

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RESTAURANDO LA ARMONÍA EN LA DIÓCESIS DE AIX

Algunos días después del retiro en Aix, durante el cual la comunidad había dado por terminada la situación, Eugenio pasó tiempo con el Arzobispo de Aix, aclarando también la situación, según la narración de Leflon

La actitud que mantuvo el Fundador, que estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa para salvar a su Sociedad y el cambiante humor del prelado, que dio rienda suelta a todos sus impulsos contradictorios y sucesivos , hizo posible el 8 de noviembre calmar la difícil situación. La conversación del Fundador con el Obispo terminó en buenos términos para ambas partes.

En diciembre, por invitación del Obispo, el Padre de Mazenod hizo una segunda visita, que confirmó el cambio de opinión del obispo: “le rogó al Superior dejar todo en el olvido”, escribió el Padre Courtès a Suzanne, “y le colmó de amabilidad.” El obispo, quien sólo unas semanas antes había amenazado desmembrar la Sociedad de los Misioneros de Provenza por completo, despreocupadamente revirtió su posición, solicitando los servicios de uno de ellos como capellán del hospital en Aix.

Leflon II pág. 250

 

“La paciencia, la persistencia y la transpiración forman una combinación invencible para lograr el éxito.”    Napoleón Hill

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RESTAURANDO LA ARMONÍA

Para concluir con este episodio que había amenazado la existencia de los Oblatos, quisiera adelantarnos un año y permitir que Leflon nos relate la historia.

Por fin ahora que la situación interna había sido aclarada, se restauró la paz y la unidad. Como provenzal genuino, el Fundador sabía que la furia del viento Mistral ha de agotarse antes de poder esperar de nuevo el sol brillante. Después de tan violento trastorno, la sabiduría aconsejaba dejar al tiempo y a la ayuda providencial de Dios, que todo volviera a su lugar lentamente. Un alboroto indiscreto y apresurado, lejos de restablecer el orden, habría tenido el efecto opuesto, al confundir todo por completo.

Y sin embargo, el P. de Mazenod sabía sin lugar a dudas que su trabajo como vicario general representaba todavía una amenaza, ya que ello había dado inicio a todo el problema. Sin duda, al “separar la paja del grano”, como lo dijo, la crisis de 1823 se llevó a quienes habían fomentado la disidencia, reclamando que la dignidad del archidiácono era contraria a la humilde situación de un religioso y que el ejercicio de su puesto era en detrimento de los intereses de los Misioneros de Provenza. Sin duda también, el Fundador podía sinceramente jurar ante Dios y ante sus hermanos que no merecía la crítica de los quejosos, habiendo rehusado en varias ocasiones el honor de ser vicario general. De hecho, aún había declinado el honor de ser obispo, para conformar su vocación y dedicarse por completo a su Sociedad. Estaba tan convencido de poder permanecer fiel a ellos y servir a los intereses del segundo, ayudando al Obispo Fortuné a administrar la diócesis, que nunca se le había ocurrido consultar a sus hermanos antes de hacer caso a la exigencia de su tío. Además, Fortuné había condicionado la colaboración de su sobrino sine qua non para aceptar la sede de San Lázaro, en vista de su avanzada edad. Había aceptado que dicha condición era la única forma de asegurar y de hacerlo en forma providencial, la protección indispensable de un obispo provenzal para la joven y acosada Sociedad Misionera. Lejos de esperar el menor mal entendido entre él y sus misioneros al aceptar el puesto como vicario general, el Fundador sintió que les proporcionaba seguridad, que sólo podría regocijarles. Además, creyó que su autoridad le daría el derecho de decidir sobre un caso tan sencillo, sin recurrir a un procedimiento democrático, que no le atraía particularmente.

Según por como todo había resultado, el caso estaba lejos de ser sencillo y el método autoritario en esa ocasión era mucho menos satisfactorio de lo que había previsto; de esta forma, admitió su error honestamente y lo rectificó en una forma especialmente meritoria a través de un acto de humildad, al dejar la decisión a los misioneros que le habían sido fieles. El 30 de septiembre de 1824, convocó a un capítulo general en la casa matriz en Aix y después de un día de penitencia y oración, solicitó al Capítulo decidir sobre lo siguiente: ¿Es o no el mejor interés de la Sociedad que el Superior General y el Padre Tempier continúen con su tarea como vicarios generales del Obispo de Mazenod, Obispo de Marsella? Todos decidieron libremente en voto secreto, según le dictara su conciencia. El resultado de la votación probó afortunadamente, que la unidad había sido restaurada. Sin excepción alguna, los capitulares “aprobaron de forma unánime y espontánea lo que había hecho el Fundador, confirmando por tanto, la armonía de mente y corazón que reinaba entre el padre de la familia y sus hijos”.

Así terminó también la crisis interna y el malentendido que la provocó.

Leflon II pág. 252

“El aceptar los sucesos es el primer paso a sobreponerse a las consecuencias de cualquier infortunio.” William James

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UN DRAMATICO GESTO DE PACIFICACIÓN

Además de la discusión sobre la validez de los votos, la carga del conflicto en Eugenio y los Oblatos era pesada. Su misma existencia era amenazada por los Obispos que deseaban que sus sacerdotes abandonaran a los Misioneros para volver a sus diócesis de origen. Todos se encontraban desmoralizados. Eugenio reunió a toda la comunidad en Aix para el retiro anual y al finalizar tuvo un gesto dramático. Las costumbres y expresiones religiosas han cambiado en los 200 años que han pasado desde este evento. La costumbre entonces era que todos los viernes por la noche los religiosos “tuvieran disciplina” – i.e. durante la recitación del Salmo 50, cada uno se mortificaba físicamente flagelándose en su habitación. En esa ocasión, Eugenio realizó este acto públicamente, en presencia de la comunidad.

Eugenio combinó esto con la idea de la ceremonia de expiación de pecados que el superior de los Misioneros realizaba en cada misión parroquial [ver las publicaciones anteriores, del 31 de enero al 3 de febrero, 2011]. En las misiones, el superior predicaba sobre Jesús llevando sobre sí los pecados de todos e invitando a la gente a colocar sus pecados en sus hombros, como un recuerdo simbólico de la misericordia, perdón y reconciliación de Jesús. En este caso Eugenio colocó sobre él la división y el sufrimiento causado por la situación que atravesaban. Leflon nos narra:

Para hacer sus argumentos del todo efectivos al discutirlos personalmente con sus misioneros, el Fundador esperó hasta después de la conclusión del retiro de octubre en Aix. Entonces partió a la casa principal y ordenó un día de estricto ayuno a pan y agua para el primer viernes de noviembre. En la noche, la comunidad se reunió en el oratorio y después de una conferencia emotiva sobre los peligros que amenazaban a la Sociedad “nacida de mi corazón”, se ofreció a sí mismo, como había hecho a menudo durante las misiones, como “víctima para calmar la ira de Dios”; después, y habiendo ordenado que se apagaran todas las luces, se auto-flageló hasta sangrar, haciendo derramar lágrimas a todos los miembros. Esta escena, evocadora de los incidentes más conmovedores que encontramos en las vidas de los santos fundadores de las órdenes religiosas, fortaleció cualquier vocación que se encontrara vacilante en alguno de los miembros mayores. En todos resurgió el afecto por él, y para reconfortarle por la traición de sus falsos correligionarios, le juraron su devoción sin límites. El fervor compensaría el reducido número de miembros.

Leflon II págs. 248-249

En textos anteriores hemos visto cómo el novicio Guibert había atravesado por crisis vocacionales periódicas. Comentando sobre el incidente descrito arriba, su biógrafo dice: Esta escena extraordinaria produjo una profunda impresión en el Hermano Guibert. “todas sus dudas se disiparon para siempre”. PAGUELLE DE FOLLENAY (I, 89)

 

“Todos tenemos sueños, pero hacerlos realidad requiere una enorme determinación, dedicación, auto-disciplina y esfuerzo.” Jesse Owens

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GUARDARÉ FIELMENTE MIS VOTOS, PROCURANDO CONFORMAR MI CONDUCTA EXTERIOR A LO QUE EL OBISPO PRESCRIBE, PARA NO PERTURBAR EL ORDEN

Al reflexionar sobre el conflicto con los obispos vecinos y la situación de los Oblatos en sus diócesis, es la oportunidad para que Eugenio aclare sus pensamientos acerca del significado de sus votos. En primer lugar, menciona que los Oblatos en la diócesis nunca realizaron un acto de revuelta o insubordinación al Obispo, sino que trataron de cooperar con él siempre, por el bien de la gente de su diócesis.

Un Obispo no tiene derecho para impedirnos hacer unos votos, sobre todo cuando aquellos que los hacen no pretenden revolverse contra las órdenes que podrán darles, mientras que la Santa Sede no se pronuncie. No puede dispensar de ellos a aquellos que no acuden a él para eso, todavía menos que de declararlos nulos. Considero todo cuanto se nos amenaza como un abuso de poder. ¿Qué ocasión hemos dado a las quejas de Mons. el Arzobispo? No hay sacerdotes en la diócesis que hayan vivido en una mayor sumisión y una dependencia más absoluta. ¿Pueden acusarnos de un solo acto de insubordinación o de revuelta?

De hecho, el elegir la vida religiosa y pronunciar votos tenía la intención de hacerlos misioneros más dedicados y enfocados a Dios:

  • ¡Qué, acaso porque para vivir más santamente y hacernos más dignos de nuestro ministerio, queremos seguir y practicar los consejos evangélicos, seríamos unos criminales! ¡Habríamos atentado contra las prerrogativas episcopales! ¡Mereceríamos el anatema y la Proscripción! Es dar demasiada extensión al “Promitto”.

Luego afirma la validez de los votos y su intención de vivir su compromiso a Dios a través de ellos

¿Qué me importa pues que se consideren mis votos como nulos? No lo son por eso; ahora bien, si no lo son, ¿quién me impedirá renovarlos mil veces al día? Sí, hasta que la Santa Sede decida lo contrario, creeré tener el derecho de privarme voluntariamente del derecho de acudir a la autoridad del Obispo para dispensarme de los votos que he querido contraer a perpetuidad; creeré que el Obispo no puede anular mis compromisos; que si pretende dispensármelos, y que esté convencido que es sin razones legítimas, consideraré su dispensa sin valor. Guardaré fielmente mis votos, procurando conformar mi conducta exterior a lo que el Obispo prescribe para no perturbar el orden..

Carta a Hippolyte Courtès, Octubre 29, 1823, EO VI núm. 117

Evidentemente, para poder prevenir la confusión a futuro, Eugenio habría de haber contactado al Papa para que su situación fuera oficial en la Iglesia, lo cual sucedió dos años después, el 17 de febrero de 1826. En la historia de la Iglesia, la cuestión de autoridad del Obispo sobre las congregaciones religiosas en su diócesis no siempre ha sido clara. Nuestra Regla de Vida actual hace de la “comunión” la palabra clave para la convivencia de tal relación en la diócesis.

Por amor a la Iglesia, los Oblatos cumplen su misión en comunión con los pastores que el Señor ha puesto al frente de su pueblo; aceptan lealmente, con fe esclarecida, la enseñanza y las orientaciones de los sucesores de Pedro y de los Apóstoles.

En las Iglesias locales donde trabajan, coordinan su actividad misionera con la pastoral de conjunto y colaboran fraternalmente con los demás obreros del Evangelio.

CC&RR Constitución 6

“Al visitar los Oblatos en todo el mundo, constato qué tan cercanos estamos a los pobres, cómo nuestras vidas están marcadas por la sencillez y la accesibilidad. Estoy convencido de la necesidad de nuestro carisma en la vida de la Iglesia. Acercamos a la gente a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo, y en nuestra cercanía a los pobres, recibimos a Cristo a la vez.” P. Louis Lougen OMI, Superior General

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SÓLO PODEMOS SER DESTRUIDOS SI CONSENTIMOS EN ELLO, Y NO LO QUERREMOS “JAMÁS”

Era mucho más importante, sin embargo, aclarar el asunto con el Obispo de Bausset, quien había planeado llevar a cabo medidas extremas. El 22 de octubre de 1823, la entrevista del arzobispo con el Padre Courtès, quien había sido delegado por el Fundador para suavizar las cosas con Su Excelencia, duró dos horas y media y muy pronto se elevaron los ánimos. El prelado insistía en que los “misioneros pertenecientes a su diócesis no renovarían sus votos y la amenaza de llamarlos de vuelta parecía ser el arma utilizada para asegurarse de que sus deseos, tan enfáticamente expresados, se llevaran a cabo”. Lo que era aún más serio, si podemos juzgar la respuesta que el Padre de Mazenod envió a Courtès, una denuncia formal, agudizó la notificación respecto a tal decisión.

Leflon II pág. 249.

La reacción de Eugenio fue confiar en Dios, autor de los consejos evangélicos, a los que los Misioneros habían hecho sus votos.

He encontrado tanta facilidad en mi corazón para perdonar al Prelado las calumnias de las cuales quiero creer no es sino el eco…
…pero sufriría mucho más en no dar ocasión a la menor persecución nueva contra la Sociedad. Está batida fuertemente por la tempestad, pero no perdamos ánimo… No es difícil ver en todo esto una especie de aversión para los consejos evangélicos, lo que me permite esperar que Aquel, que el primero, los puso en honor, tornará en nuestras manos la defensa de su obra.

Carta a Hippolyte Courtès, Octubre 23-25, 1823, EO VI núm. 116

Con fe en Dios, los Misioneros deben perseverar:

No perdamos ánimo, sólo podemos ser destruidos si consentimos en ello, y no lo querremos “jamás”. Gimo por estar tan lejos de ti. Lamento estés solo en los momentos en que necesitamos comunicarnos mutuamente nuestros sentimientos y energía. Es demasiado justo que estemos afligidos, pero no nos dejemos abatir. Aunque estuviéramos dispersos, no por eso dejaríamos de estar unidos.

Carta a Hippolyte Courtès, Octubre 29, 1823, EO VI núm. 117

 

“El compromiso individual a un esfuerzo en grupo – es lo que hace funcionar a un equipo, funcionar a una empresa, a una sociedad, a una civilización.”     Vince Lombardi

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