LA LEALTAD A LOS OBISPOS COMO NUESTROS PADRES Y GUARDIANES NATURALES

Continuamos nuestra reflexión sobre la carta de Eugenio al Obispo de Fréjus, respecto a la crisis que provocó al retirar a sus hombres de los Misioneros. En textos anteriores, vimos el daño colateral ocasionado.

Sin embargo, por la imprudencia de aquellos que han provocado esa decisión, y que la divulgaron de casa en casa, todo el mundo se ocupa de eso, dando cada cual su opinión sin conocer el fondo de la cuestión. Nos censuran sin oírnos, porque guardamos silencio. Se nos calumnia, se proyecta sobre nosotros un descrédito que perjudica a nuestras personas y a nuestro ministerio.

Señala el buen trabajo realizado por los Misioneros en los ocho años de su existencia y su lealtad constante a los obispos locales.

¡Y es ahora, después de ocho años de tranquila profesión, cuando nos viene encima esta tempestad! ¡Y el golpe fatal parte de la autoridad en la que únicamente nos apoyábamos, bajo los auspicios de la cual nos habíamos formado, habíamos crecido y nos manteníamos! ¿No son, en realidad, los obispos nuestros protectores natos, nuestros padres, y el objeto de nuestro respeto y de nuestro amor?
Sí, Monseñor, su voluntad es nuestra norma, su autoridad es el alma de nuestro cuerpo, el condimento de todas nuestras acciones; nosotros sólo existimos por ellos y para ellos, para trabajar sin descanso, a sus órdenes, por la salvación de los pueblos a ellos confiados, y para aliviar el peso de su trabajo con todos los esfuerzos de nuestro celo.
Han pasado ocho años sin que hayamos recibido la menor censura en el ejercicio de nuestras santas funciones. Nuestro modo de vivir, nuestra conducta, lo puedo decir con toda verdad, ha sido motivo de edificación para todos cuantos han podido conocerla y apreciarla.
Nuestros superiores eclesiásticos, testigos de nuestros trabajos, nos han animado constantemente, y han aprobado siempre todas nuestras gestiones.

La armonía había sido sacudida por la acción del Obispo de Fréjus, como explica Eugenio:

Íbamos extendiendo los beneficios de nuestro ministerio difundiendo nuestra obra con la creación de diversas fundaciones en las diócesis que hemos evangelizado. Los Señores Obispos de Gap, de Digne, de Marsella, de Nimes, dándonos los testimonios más halagüeños de su protección, reclamaban nuestro servicio, que estábamos preparados para prestarles, como lo hubiéramos hecho con Ud., a la primera señal; y he aquí que su brazo nos hiere con un golpe fatal que deshace todos nuestros proyectos, y que, por sus consecuencias, hace tambalear nuestras instituciones, desacredita nuestras conductas, y nos deja, por decirlo así, a merced de nuestros enemigos, que son aquellos cuyos gustos hemos contrariado, herido sus pasiones, cumpliendo con exactitud los deberes sagrados del ministerio que nos estaba confiado.
Reconozca, Monseñor, que todo esto es para nosotros motivo de justo dolor. Es más, si debo dar crédito a los rumores que corren, esto es sólo el comienzo y Ud. nos prepara un golpe todavía más doloroso.

Carta al Obispo C.A. de Richery de Fréjus. Noviembre 12, 1823, EO XIII núm. 44

 

“Sean obedientes al Obispo y uno al otro, como Jesucristo lo fue en carne propia al Padre y los apóstoles a Cristo, al Padre y al Espíritu, para que pueda haber unidad en la carne y en espíritu.” San Ignacio de Antioquía

Esta entrada fue publicada en cartas. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *