ACTUALMENTE BUSCAMOS SEÑALES CON DESESPERACIÓN, SIN EMBARGO SOLO HAY UN ENFOQUE PERDURABLE

«Señor, danos siempre este pan», le dijeron.  Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed. (Juan 6:34-35

En el Evangelio de hoy (Juan 6:30-35) vemos que la gente busca pan y pide una señal como la que Moisés había dado a sus ancestros siglos antes: maná en el desierto.

Jesús entonces les invita a reconocer en él la señal e ir más allá de la existencia física, al don de Dios que da vida.

Al venir a él su hambre será satisfecha.  Si creen en él, nunca tendrán sed por nada más.

El téologo Bultmann describe la revelacion de Dios como la destrucción de toda imagen que el deseo de una persona crea; así, la prueba real del deseo de alguien por la salvación es creer incluso cuando Dios actúa de forma completamente diferente a la expectativa de esa persona.

La vida de San Eugenio fue guiada por su hambre y sed de vivir según el deseo de Dios:

No hay porqué preocuparse cuando se ha hecho lo mejor posible. Hasta del error de los hombres se sirve Dios para llegar a sus fines. Ignoro lo que me pide, todo lo que sé es que gobierna con su sabiduría a quienes tienen como único propósito trabajar por su gloria… Si Dios lo ha decidido de otro modo, dirigirá los acontecimientos e inclinará la voluntad de sus criaturas para llegar a sus fines.. (1833)

Actualmente buscamos señales con desesperación, sin embargo solo hay un enfoque perdurable: “el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed»

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NOS VEMOS FORZADOS A REORIENTAR POR COMPLETO NUESTRA VIDA Y RELACIONES

Entonces le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?». Jesús les respondió: «Esta es la obra de Dios: que crean en el que Él ha enviado» (Juan 6: 28-29)

En el Evangelio de hoy, (Juan 6:22-29) la gente había recibido pan, así que al día siguiente fueron a buscar a Jesús, para recibir más. Comprendiéndolo, Jesús les dice que no busquen el pan transitorio, sino el “alimento permanente, el que da vida eterna”.  Luego le preguntan qué deben hacer para recibirlo y Jesús les dice que crean en aquél que Dios envió.

“La ‘obra de Dios’ es singular por naturaleza, concretamente, en creer en el enviado por Dios.  Creer en el enviado por Dios no es meramente una aceptación intelectual, sino una reorientación total de la vida personal y la relación con Él”  (S.M. Lewis SJ)

Eugenio, quien había pasado tantos años “buscando la felicidad fuera de Dios” sabía bien de esto y lo expresa en 1857 en una carta a uno de sus misioneros Oblatos en Canadá:

Tuve ante todo que agradecer a Dios por su ayuda continua y las maravillas que se ha dignado obrar por tu ministerio. Luego te estreché contra mi corazón, conmovido hasta las lágrimas por todo lo que has pasado para conquistar esas almas para Jesucristo, quien te ha revestido de su poder y sostenido con su gracia en medio de tantas dificultades. Pero además, qué recompensa ya en este mundo ver lo alcanzado por tu ministerio. Hay que ir hasta la primera predicación de San Pedro para encontrar algo semejante.  Apóstol como él, enviado para anunciar la Buena Nueva a esas naciones indígenas, primero en hablarles de Dios, en darles a conocer al Salvador Jesús, en mostrarles el camino a la salvación, en regenerarlos por el Bautismo, hay que postrarse ante ti, privilegiado entre tus hermanos y la Iglesia de Dios, al ser elegido para lograr esos milagros. 

(Al P. Faraud, Mayo 28,1857)

¿Cómo me está llevando la pandemia a reorientar mi vida y mis relaciones? ¿Dónde busco el pan que lleva a la vida eterna?

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¿DÓNDE PODREMOS COMPRAR PAN PARA QUE COMAN?

“Cuando Jesús alzó los ojos y vio que una gran multitud venía hacia Él, dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para que coman estos?” (Juan 6:5)

Estamos familiarizados con la narración del Evangelio de hoy (Juan 6:1-15) en el que Jesús multiplicó los panes y los peces, alimentando a la multitud.  En los versos que siguen, Jesús se refiere al alimento holístico: el físico y el espiritual. En este momento de aislamiento que continúa para muchos de nosotros, enfoquémonos en el alimento de la Palabra de Dios.

Citando al Profeta Amós 8:11: “He aquí que vienen días en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios”

San Eugenio escribió:

«Frecuentemente la acción de la gracia se adelanta a la predicación evangélica y los corazones a los que llega experimentan desde su inicio, la necesidad de abrirse […] y dar la bienvenida a la divina semilla».

Obispo de Mazenod, Carta Pastoral 1844.

Que este día sea una oportunidad para abrirnos y dar la bienvenida a la divina semilla – y compartir los frutos.

Que además tomemos conciencia de las personas en nuestro entorno, repitiendo las palabras de Jesús: “¿Dónde comparemos pan para que coman?” y dar una respuesta generosa a las necesidades de los bancos de alimentos o del programa de alimentos en nuestra área.

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SIN IMPORTAR LO QUE SUCEDA A NUESTRO ALREDEDOR, TENEMOS VIDA ETERNA EN NOSOTROS

“El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en Su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna.” (Juan 3: 35-36)

“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz” profetizó Isaías (9:1) – una profecía cumplida con Jesús: “En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.” (Juan 1: 4-5)

Hay tinieblas en nuestro mundo y tanto la televisión como los medios masivos la ponen de manifiesto constantemente. El Evangelio de hoy (Juan 3:13-36), nos invita a reconocer que existe una Luz eterna brillando en nosotros.

Sin importar lo que suceda, permitamos que la promesa de Dios de que tenemos vida eterna en nosotros nos fortalezca hoy,  porque creemos en y amamos a Quien fue enviado a ser nuestra Luz.

Eugenio de Mazenod aprendió a experimentar esta relación y pedía ser fiel. Se refiere a ello en su retiro en silencio en preparación para su ordenación al sacerdocio. Pidamos con él:

para que el Espíritu Santo no encuentre obstáculos a su acción divina y descanse en mí con toda su plenitud, llenándome de amor por Jesucristo mi Salvador, de tal modo que solo viva y respire para él, que me consuma en su amor, sirviéndole y dando a conocer su bondad y lo insensatos que son quienes buscan en otra parte el descanso de su corazón, que solo podrán encontrar en Él.
¡Oh, Jesús, mi buen Maestro! Mira con compasión a tu pobre siervo. Creo que si me preguntaras como en otro tiempo al Príncipe de los Apóstoles…  contestaré como él : «Si, Señor, te amo». Pero no esperaría una tercera pregunta para quedar tranquilo sobre la sinceridad de ese amor que te he profesado, consagrado, porque repito, temo equivocarme y que mientras creo amarte, pido seas la Luz que alumbra los más oscuros rincones de mi corazón, que lee sus mayores secretos.
¡Oh Señor mío, oh Padre mío, oh mi amor!  Haz que te ame; es todo lo que pido, porque sé bien que ahí está todo, dame tu amor.

Oración de Eugenio al iniciar su retiro previo a la ordenación sacerdotal, Diciembre 1811, EO XIV núm.  95

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TANTAS PERSONAS QUE ARRIESGAN SUS VIDAS POR EL BIEN DE LOS DEMÁS

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.”   (Juan 3:16-17 )

Este poderoso texto del Evangelio de hoy (Juan 3:16-21)., nos invita a pasar algún tiempo en silencio.

La reflexión más profunda que podemos tener del texto de hoy es una invitación a mirar cómo el personal médico y los proveedores de servicios esenciales dan sus vidas a diario para que otros puedan vivir.

“Agradezcamos lo que tenemos”, como hizo San Eugenio en 1809:

Desde el momento en que regenerado por el bautismo fui elevado a la dignidad de hijo de Dios y colmado de los dones de mi Salvador, podría contar mejor los movimientos de mi respiración, que  las veces en que recibí la invaluable ayuda que el adorable Maestro derramó sobre mí a manos llenas.

1809 EO XIV, núm. 48

Con gratitud y oraciones por las increíbles “bendiciones de vida” de quienes arriesgan sus vidas por el bien de todos alrededor del mundo. ¡Gracias por ser espejos de Dios para nosotros!

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LA CRUZ: ANTÍDOTO PARA EL AGUIJÓN ENVENENADO DE LA MUERTE

“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en él vida eterna…” (Juan 3: 14-15)

El Evangelio de hoy (Juan 3:7-15) se refiere al incidente en el Libro de los Números 21:8-9, donde Moisés hizo una serpiente de bronce que se convirtió en un símbolo de salvación como antídodo al veneno de la serpiente. Jesús utiliza esa imagen para levantar la Cruz, símbolo de muerte, como antídodo para el aguijón envenenado de la muerte. La Cruz es la máxima revelación del amor de Dios y hace posible que todo el que crea tenga vida eterna.

Eugenio pasó en retiro el día previo a su oblación perpetua como Misionero, en octubre de 1818. En su diario vemos cómo se refiere al temor a la muerte, como cualquier persona. Es un pasaje extenso, pero muy valioso en estos días en que la muerte está tan presente.

No puedo entender por qué temo la muerte; si es simplemente el horror natural que inspira el pensamiento de nuestra destrucción, o si temo que el juicio de Dios no me sea favorable. ¡Cuántas veces he salido confundido de la habitación de los enfermos a los que visitaba!  Esa perfecta resignación, la apacible serenidad con que veían acercarse su fin, incluso los santos deseos que les hacían parecer demasiado largos los escasos instantes que les quedaban por vivir, todo eso me asombraba y humillaba a la vez.
¿Qué es entonces lo que me apega a la vida? No lo sé. Es cierto que soy demasiado afectivo con las criaturas, demasiado sensible al amor que me tienen y que las amo en respuesta a los sentimientos que me muestran; aun así, reconozco que no es por eso que temo la muerte hasta el punto de evitar pensar con profundidad en ella.
¿Qué es, entonces? No lo sé, lo repito. Siempre es verdad que no amo bastante a Dios, pues si lo amara más, sufriría por no poder tenerlo. Tampoco elevo con mucha frecuencia mi pensamiento al cielo. Me detengo solo a contemplar y trato de demostrar cierto amor a Jesucristo que permanece entre nosotros en su Sacramento, y no salgo de esta esfera, no llego más arriba; él está ahí, esto basta a mi flaqueza y no me atrevo a decir que a mi amor, pues aunque querría amarlo de veras, no lo amo mucho, sino poco. Soy tan vil que no me hago ninguna idea del cielo ni de Dios. Me detengo siempre en Jesucristo que está ahí, y me preocupo poco de buscarlo en otra parte, ni siquiera en el seno de su Padre. Ahí es donde estoy. Dios mío, ilumíname más. Con todo, no quiero dejar de amar, de bendecir, de dar gracias y de preguntar a Jesucristo que en su Sacramento mora en medio de nosotros. Lo demás, si Dios quiere, vendrá por añadidura pero me es necesario, conozco mis necesidades, ésta al menos.

Notas de Retiro, Octubre 30, 1818, EO XV núm. 148

Esto fue en 1818.  De ahí en adelante nunca temió a la muerte, pues sus ojos estuvieron enfocados en la Cruz y la Resurrección y la muerte nunca tuvo ya un aguijón para él. (I Corintios 15:55: ““¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”)

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A TRAVÉS DEL BAUTISMO LE PERTENEZCO A DIOS Y A UNA COMUNIDD VIVA, A PESAR DE LA DISTANCIA GEOGRÁFICA

En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5)

La lectura en el Evangelio de hoy es de Juan 3:1-8.  El reino de Dios no es un lugar, sino una relación con Dios y con la comunidad de creyentes, a la que se ingresa a través del Bautismo.  Se trata de nuestra entrada a la vida eterna que ya tenemos en este mundo y que será cumplida en la eternidad.

Aun estando aislados nunca estamos solos: tenemos nuestra relación con Dios y con los demás, a pesar de la distancia geográfica.

Para San Eugenio el día más importante de su vida fue el de su bautismo, que cada año recordaba en su aniversario, con agradecimiento y solemnidad.

Día del aniversario de mi bautismo.  Antes de salir de San Martín a Marsella, celebré misa con un profundo sentimiento de agradecimiento, de arrepentimiento y de confianza, y me atrevo a creer, con sincera voluntad, las hermosas oraciones del misal de Vienne:

Bendito seas Dios, que en tu gran misericordia nos has hecho renacer a una esperanza viva, a una herencia incorruptible; concédenos desear siempre, como los niños recién nacidos la leche pura de la palabra, para que por ella crezcamos en la salvación.

Dios, gracias a tu amor inestimable, somos llamados tus hijos y lo somos; concédenos por este sacrificio, a quienes hemos recibido en el bautismo el Espíritu de adopción de los hijos, alcanzar en herencia la bendición prometida.

Renovamos ahora en tu altar la fe profesada en nuestro bautismo, renunciando a Satanás y decidiéndonos a cumplir la ley de Cristo.  Concédenos a quienes hemos recibido la vida inmortal que nos has prometido, crecer sin mancha en la vida a la que nos hemos comprometido…

Diario de Eugenio de Mazenod, Agosto 2, 1837, EO XVIII

Hagamos nuestra esta oración en estos días, recordando cómo en nuestro bautismo, al trazar el Signo de la Cruz en nuestras frentes, fuimos reclamados para Cristo nuestro Salvador.

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ORAISON: ORANDO CON LA FAMILIA MAZENODIANA EL 19 DE ABRIL

“En la oración silenciosa y prolongada de cada día, nos dejamos modelar por el Señor y encontramos en él inspiración para nuestra conducta,” (Regla de Vida OMI, 33).   

 La práctica de  Oraison formaba una parte importante en la oración diaria de San Eugenio durante la cual entraba en comunión con los miembros de su familia misionera. Mientras que ellos se encontraban en Francia, se les hacía fácil juntarse en oración alrededor del mismo horario. Cuando los misioneros Oblatos comenzaron a ser enviados a los varios continentes ya no les era posible orar al mismo tiempo. Sin embargo, cada día había un tiempo cuando se detenían para orar en unión uno con el otro—aunque no fuera al mismo tiempo.     

Esta es una práctica que Eugenio quería que su familia religiosa mantuviera. Por eso les invitamos a formar parte de esta práctica de Oraisonel domingo, 19 de abril, 2020, celebrando el gozo de la Pascua de Resurrección.

http://fabiociardi.blogspot.com/

De una carta de San Eugenio a su madre del 4 de abril, 1809:

Después de haberle acompañado en todas las dolorosas circunstancias de su pasión, después de haber llorado por los tormentos que le hicieron soportar, qué consolador es verle resucitar triunfador de la muerte y del infierno, y qué agradecimiento debe henchir nuestros corazones al pensar que este buen Maestro ha querido hacernos partícipes de su Resurrec-ción destruyendo en nosotros el pecado y dándonos una nueva vida.

1 Pedro 1:3-9

Su poder divino, en efecto, nos ha concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria. Gracias a ella, se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia. Por esta misma razón, pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal, y al espíritu fraternal, el amor. Porque si ustedes poseen estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las posee es un ciego, un miope, porque olvida que ha sido purificado de sus pecados pasados.

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EN NUESTRO DISTANCIAMIENTO SOCIAL, ESCUCHAR EN SILENCIO PROVIENE DE Y VUELVE A UN PROFUNDO AMOR

Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Oyendo, pues, Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se la había quitado para poder trabajar), y se echó al mar. Pero los otros discípulos vinieron en la barca, porque no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros[f], arrastrando la red llena de peces… (Juan 21:7-8)

En  Juan 21:1-14, vemos que los discípulos habían vuelto a su ocupación como pescadores y Jesús Resucitado se les apareció en medio de su actividad cotidiana. Al principio no lo reconocieron, pero el amor abrió sus ojos.

San Eugenio siempre amó a Jesús Resucitado, presente en su Palabra.  En 1837, antes de convertirse en Obispo de Marsella, recordó 55 años de escuchar con amor la Palabra de Dios:

Te doy gracias, Señor, por haber hecho brotar tanta luz de tus sagradas Escrituras.  Al indicarme el camino que debo seguir y dándome el deseo de hacerlo, me prodigarás la gran ayuda de tu gracia.

René Motte OMI, quien realizó un estudio del papel de las Escrituras en la vida de San Eugenio, nos aconseja cómo podemos cultivar la misma actitud de los discípulos en el tiempo de Jesús y de Eugenio, como su discípulo.  Las circunstancias actuales nos permiten pasar más tiempo con la Palabra de Dios en esta actitud de amor:

El silencio es necesario para escuchar a Jesucristo, que habla en la Biblia. Escuchar en silencio es generoso, animado por un amor profundo. Esto es lo que los oblatos [ed. y todos los miembros de la Familia Mazenodiana] están llamados a experimentar «en la alegría», dice el fundador. Felices de estar en la intimidad de Cristo, saboreando su palabra. Entonces la boca hablará de la abundancia del corazón (cf. Mt 12, 34). Así, la lectura de la Escritura no se reduce a un estudio, sino comprende el contexto de un encuentro con Cristo y es, por tanto escuchar su palabra, recibida como un mensaje personal.

“Sagrada Escritura” en el Diccionario de Valores Oblatos: https://www.omiworld.org/es/lemma/escritura-sagrada/

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PASCUA: INVITACIÓN A DESARROLLAR UN CORAZÓN QUE ESCUCHE

Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes.   … Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras,  y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas.   (Lucas 24:35-48)

Transmitida por Jesucristo a sus apóstoles, no ha perdido nada de su eficacia al pasar a través de los siglos; se ha comprobado que, salida de la boca de aquel que es la vida eterna, sigue siendo siempre espíritu y vida

Eugenio de Mazenod, Carta Pastoral 1844

En esta época podemos comprender más profundamente la experiencia de los discípulos, que por temor estaban encerrados en el cuarto de arriba. Apareciéndose ante ellos, Jesús Resucitado abrió sus mentes a su presencia en las Escrituras.  Invitemos hoy a Jesús Resucitado a traspasar las paredes de nuestro “cuarto de arriba” y démosle tiempo para que al abrir nuestras mentes podamos comprender qué tan presente está cada vez que leemos la Palabra de Dios.

Nuestra Regla de Vida OMI, impregnada por completo del espíritu de San Eugenio, puede aplicarse a cada uno de los discípulos hoy en día:

La Palabra de Dios es el alimento de nuestra vida interior y de nuestro apostolado. No nos contentaremos, pues, con estudiarla asiduamente; la acogeremos con corazón atento, para conocer mejor al Salvador a quien amamos y deseamos revelar al mundo. Esto nos dispone para interpretar los acontecimientos de la historia a la luz de la fe.  (OMI Constituciones y Reglas, C.33)

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