El constante mal comportamiento de uno de sus empleados domésticos hizo que Eugenio lo despidiera. En venganza, emboscó al obispo en una celebración pública en una iglesia, lanzando frente a la multitud acusaciones maliciosas y difamatorias acerca de él.
“No era una broma la que me esperaba con Roquevaire, sino más bien la mayor ofensa que haya recibido en mi vida.”
Debido a su violencia, la policía arrestó al hombre, mientras Eugenio conmocionado, continuaba con la ceremonia.
“Por mi parte, debía terminar la ceremonia. Sentado ante el altar, mientras colocaban los manteles y candelabros, me preguntaba si debido a mi emoción debiera abstenerme de subir al altar. Confieso que estaba tranquilo, menos impresionado que si hubiese visto semejante escena hecha a otro. Consultaba los sentimientos de mi corazón; claramente la gracia de Dios me ayudaba en ese momento, sin que encontrara en mi alma odio ni deseo de venganza, por justa que pudiera ser. Sentí con toda sinceridad poder rezar por ese malvado, y me levanté para iniciar el santo sacrificio. Tuve la dicha de no perder ese sentimiento, y con la ayuda de Dios, pude dirigirme dos veces a la numerosa asamblea, sin tener la menor alteración.
Apenas había llegado a la casa parroquial cuando todos llegaron a expresarme su pena por lo sucedido… Pido a Dios me ayude a soportar con resignación esta nueva clase de humillación.”
Diario de Eugenio de Mazenod, Abril 1°, 1838, EO XIX
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él. Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada.” Romanos 8: 16 – 18