Mientras dedicaba en su oración la nueva misión Oblata en el santuario de Nuestra Señora de Lumières, Eugenio tomó una profunda conciencia de la bondad y misericordia de Dios al hacer maravillas a través de los Oblatos, a pesar de sus pecados y no merecer ser el instrumento de Dios.
Imploramos sus bendiciones sobre nosotros y nuestra congregación, a la que representábamos con más fervor por nuestro reducido número, y por mi parte, a todos esos pensamientos uní el profundo sentimiento de mi indignidad, convencido hasta lo más profundo del alma, que mis pecados me hacían incapaz de ser el instrumento de todas las maravillas que el Señor realiza en los nuestros y a través de ellos, desde el inicio de nuestra pequeña familia y hasta ahora.
Diario de Eugenio de Mazenod, Junio 2, 1837, EO XVIII
Un pensamiento reconfortante en medio de la imperfección y pecados de tantos líderes y miembros de la Iglesia actual: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Él nunca abandona a quienes llama al Reino de Dios.