LOS  MALOS SACERDOTES  QUISIERAN  CANSAR MI  ÁNIMO  DESPUÉS DE MI BUENA VOLUNTAD

Eugenio comparte el sufrimiento que le ocasiona públicamente un grupo de sacerdotes de la diócesis de Marsella. 

Lejos de tener algún reposo, mi querido hijo, veo surgir cada día nuevas dificultades que ponen a prueba mi paciencia y afecto, que me atrevo a decir  superan la fuerza humana. Los malos sacerdotes quisieran cansar mi ánimo después de mi buena voluntad. Lo lograrían si no estuviera cada vez convencido de que no vale la pena ocuparse del bien de los hombres, a excepción de unos pocos.

Carta a Casimir Aubert, Mayo 23, 1835, EO VIII núm. 515

En particular había sido problemático uno de los sacerdotes diocesanos a los que se refiere, el Padre Martin. Tres años antes había publicado fuertes ataques anónimos en contra del Obispo Eugenio en el periódico “Semáforo”. Pronto fue evidente quién era el autor, y en un momento de arrepentimiento, había escrito a Eugenio para disculparse. A continuación veremos la respuesta de Eugenio, en la que vale la pena reflexionar.

Mi primer impulso tras leer su carta, fue apresurarme e ir a su casa a consolarle y darle un muy sincero abrazo en son de paz, en vez del que desafortunadamente recibí de usted hace tan poco tiempo. Pero decidí escribirle en cambio, temiendo que mi llegada a su casa le ocasionara sospecha.
Ha hecho un gran daño, mi querido amigo, que no deseo considere a la ligera… Pero preferí fijarme en su arrepentimiento, pues confío en que le ganará el favor de Dios y con ello me sentiré satisfecho; sin duda, nuestro obispo lo estará también…
Solo revelaré su nombre cuando me permita de forma expresa hacerlo. He tenido la misma precaución con mis colegas. Personalmente, quisiera olvidar incluso el recuerdo de tan serio daño y evitar para siempre que salga a la luz el nombre del culpable.
Sin embargo, en la inevitable conmoción ocasionada por tan infortunado artículo, varias personas mencionaron su nombre, por lo que para no aumentar su remordimiento, tal vez no debiera decir que cada vez que tal suposición fue hecha, yo, siendo el agredido, protestaba enérgicamente diciendo que era un gran insulto y un cargo demasiado atroz para alguien a quien a menudo he llamado amigo e incluso hijo. No lo menciono en afán de reproche, sino para mostrarle la disposición de mi corazón hacia usted, repitiendo que nunca tendrá reproches de mi parte.
¡Que el Buen Dios le perdone! que me daría mil veces más satisfacción que cualquier desagravio que quisiera hacerme. Todo lo que pido es que elija a un buen director espiritual, a un hombre de profunda santidad que le permita apreciar la gravedad del daño ocasionado y le dé sabio consejo en cuanto a su expiación. Que Dios esté con usted, mi amigo. Lamento que debido a varios imprevistos no reciba esta carta con la prontitud deseada. Le abrazo, sí, desde el fondo de mi corazón, y como prueba de mi sincera caridad, mañana ofreceré el Santo Sacrificio por usted.

Carta al Padre Martin, Septiembre 27, 1832, citada en Leflon II pp. 530 – 531

Lamentablemente, el arrepentimiento de Martin no duró mucho tiempo y continuó sus ataques públicos.

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