QUE SEA UN BUEN SACERDOTE, TAL COMO NECESITA LA IGLESIA

Es mi intención, querido hijo, ordenar sacerdote al Hno. Kotterer en la primera ordenación de cuaresma… Te lo envío a Aix, con mi deseo de que ingrese al noviciado para pasar allí ese tiempo en profundo retiro bajo la dirección especial del maestro de novicios. Te ruego le recomiendes a ese querido ordenado, como te lo recomiendo a ti mismo, que sea un buen sacerdote, tal como necesita la Iglesia.
Te abrazo y bendigo a todos.

Carta a Hippolyte Courtès,  Marzo 1°, 1835, EO VIII núm. 507

El futuro sacerdote es encomendado para su retiro al Padre Casimir Aubert, director de novicios. 

Te encomiendo muy especialmente al hermano Kotterer. Aprovecha el retiro para inculcarle los principios de la vida religiosa, la indiferencia a todo, la muerte así mismo, la obediencia alegre, la entrega total a la Iglesia y a la familia, la aceptación de sus hermanos, etc..

Carta a Casimir Aubert, Marzo 10, 1835, EO VIII núm. 508

La visión en la que se había formado Calixte Kotterer y sobre la que se le debe recordar durante su retiro, se encuentra en un documento de Eugenio que actualmente conocemos como “Prefacio”: 

¿Qué hizo, en realidad, nuestro Señor Jesucristo cuando quiso convertir el mundo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu y, una vez instruidos en su doctrina, los envió a la conquista del mundo que pronto habían de someter a su santa ley.

            ¿Qué han de hacer a su vez los hombres que desean seguir las huellas de Jesucristo, su divino Maestro, para reconquistarle tantas almas que han sacudido su yugo? Deben trabajar seriamente por ser santos, y caminar resueltamente por los senderos que recorrieron tantos obreros evangélicos, que nos dejaron tan buenos ejemplos de virtud en el ejercicio del mismo ministerio al que ellos se sienten llamados. Deben renunciarse completamente a sí mismos, sin más miras que la gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la edificación y salvación de las almas. Deben renovarse sin cesar en el espíritu de su vocación, vivir en estado habitual de abnegación, y con el empeño constante de alcanzar la perfección. Deben trabajar sin descanso por hacerse humildes, mansos, obedientes, amantes de la pobreza, penitentes y mortificados, despegados del mundo y de la familia, abrasados de celo, dispuestos a sacrificar bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por amor de Jesucristo, servicio de la Iglesia y santificación de sus hermanos; y luego, con firme confianza en Dios, entrar en la lid y luchar hasta la muerte por la mayor gloria de su Nombre santísimo y adorable.
de Nota bene (Regla de 1818)

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