No existe actividad que sea insignificante en nuestro servicio al Reino de Dios – sin importar qué tan dotados, intelectuales o importantes nos consideremos.
El superior no puede estar sujeto a ninguna condición. Puede necesitar a una persona para abrir la puerta o para barrer, y la persona debe estar convencida de que se agrada más a Dios abriendo la puerta y barriendo que, si por voluntad propia, predica o confiesa. San Antonio de Padua pasó varios años en la cocina y ni en sueños formuló una queja.
Hace falta abandono en el servicio de Dios.
A Jean Baptiste Mille, Mayo 30, 1832, EO VIII núm. 423