Dos semanas antes, Eugenio había escrito sobre su actividad sin descanso como Vicario General de Marsella. No le agradaba el trabajo y era “una de las penitencias más penosas” – aunque debía hacerse y lo consideraba hacerlo por Dios. Todo era una sombra pasajera, en la luz de sustento de Dios.
… No pienso más en ello, pues gracias a Dios, sin ser San Francisco de Sales ni Santa Teresa, deseo pocas cosas y deseo débilmente lo poco que deseo. La forma de este mundo me parece una sombra; me parece que sólo tengo unos días para vivir, y obligado como estoy a trabajar de la mañana a la noche, sólo lo hago por deber, con la disposición de un hombre a quien el Señor, a quien se debe toda obediencia, le impone una penitencia muy penosa.
Carta a Hippolyte Courtès, Febrero 18, 1832, EO VIII núm. 415