UNA MIRADA A LA RELACIÓN ÍNTIMA DE EUGENIO CON SU SALVADOR

Con el corazón entristecido, Eugenio llevó sus dificultades en la oración al celebrar la Misa. En esta carta comparte con su confidente y confesor, Henri Tempier, una profunda experiencia que tuvo en su cercanía con Dios. Este texto es una de las inusuales miradas que tenemos de él al hablar sobre la intimidad de su relación con Jesús, su “buen Maestro”.

Esta mañana antes de la comunión, me atreví a hablar con este buen Maestro con la misma confianza con que lo habría hecho de tener la dicha de vivir cuando él pasó por la tierra y de haberme encontrado en la misma situación que ahora. Celebré la misa en una capilla particular, sin  la presencia de nadie. Le expuse nuestras necesidades, pidiéndole Su luz y ayuda y luego me abandoné enteramente a Él, no queriendo absolutamente nada más que Su santa voluntad. Comulgué con esta disposición. En cuanto tomé la preciosa sangre, me fue imposible sustraerme a tan grande consuelo interior, que a pesar de mi esfuerzo para que el Hermano ayudante no notara lo que ocurría en mi alma, me fue preciso suspirar y derramar lágrimas con tal abundancia que quedaron empapados el corporal y el mantel. Ningún pensamiento triste provocó esta explosión; por el contrario, me sentí bien, feliz. Ese sentimiento duró bastante, prolongándose durante mi acción de gracias, que solamente acorté por un motivo.

Carta a Henri Tempier, Agosto 23, 1830, EO VII núm. 359

 

“Que el Señor nos dé a cada uno la gracia de no temer el consuelo del Señor, para estar abiertos a pedirlo y a buscarlo, pues es un consuelo que nos dará esperanza y nos hará sentir la ternura de Dios Padre.” Papa Francisco

 

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *