EN LA PLENA LUZ DE DIOS

La misión de 1820 estaba dirigida a toda la ciudad de Marsella. En la práctica, los veinte Misioneros de Francia y seis Misioneros de Provenza concentraron todos sus esfuerzos sobre las parroquias, pero hubo otras dos manifestaciones importantes para la ciudad entera. La primera se llevó a cabo desde la colina de los militares, donde había una antigua pequeña capilla dedicada a Notre Dame de la Garde (Nuestra Señora de la Guardia). Rey describe la escena:

Un informe al Arzobispo de Aix menciona la procesión realizada en Notre Dame de la Garde. Era de uno de los acompañantes del P. De Janson. “Quiso estar cerca de la cima del fuerte, junto a la Cruz levantada por los devotos habitantes de Marsella, y habló de María llorando a los pies de la cruz por la muerte de su amado hijo. Su voz poderosa, llevada por un viento favorable, fue escuchada por miles de cristianos y excitó poderosos y amables sentimientos en sus corazones. De pronto se dio una señal y cincuenta mil personas se arrodillaron. El P. Forbin Janson apareció por la terraza más alta del fuerte, llevando la Eucaristía en sus manos, y bendijo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a toda la multitud arrodillada a los pies del Hijo de María.

Rey I, p. 243-244

Eugenio escribió a los Misioneros, que estaban en Aix, describiendo su experiencia:

Hazte contar por Chapuis la magnífica ceremonia que ha tenido lugar hoy. Me ha parecido ver con los ojos del cuerpo a Ntro. Señor Jesucristo, cuando desde lo alto del fuerte de Ntra. Sra. de la Guardia, lo hemos presentado a la adoración de cincuenta mil personas arrodilladas que llenaban la montaña. Nunca había visto semejante panorama y raras veces sentido más dulces emociones. Tenía la dicha de tocar el ostensorio en el momento en que el sol de justicia eclipsaba al astro del día. No puede haber más hermoso día en la misión, en relación con el efecto religioso que se producía.

Carta a Marius Suzanne, el 2 de febrero de 1820, EO VI n.50

 

«Rezar es caminar hacia la plena luz de Dios y decir, simplemente, sin contenerse: “yo soy un ser humano y tú eres mi Dios”. En ese momento, ocurre la conversión, el restablecimiento de las verdaderas relaciones.»       Henri J. M. Nouwen

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