LA IDENTIDAD DE LA FAMILIA MAZENODIANA: TODO PARA DIOS Y PARA EL SERVICIO A LOS DEMÁS

El tiempo de Eugenio en París coincide con el momento en el que el gobierno del Rey Luis XVIII estaba implicado en reparar la destrucción causada sobre la Iglesia por la Revolución y Napoleón. Una de sus tareas fue restablecer algunas diócesis que habían sido suprimidas y, por eso, fueron buscando posibles candidatos para llenar las sedes vacantes. Eugenio era muy elegible, y por eso había recibido muchas ofertas que el rechazó, pues estaba convencido de que su destino estaba unido con el de los Misioneros. Estas invitaciones le dieron la oportunidad de reflexionar sobre qué era especial en su familia religiosa.

¿Pero qué somos pues para que Dios escuche nuestros deseos?
Somos o debemos ser santos, que se estiman felices y muy felices de consagrar su fortuna, su salud, su vida, al servicio y para la gloria de Dios.

En aquel momento, todos los Misioneros eran sacerdotes, pero más tarde los Hermanos llegaron a formar parte de la aventura de vivir “todo para Dios” a través de su oblación. Otra vez, Eugenio recalca el tema del “ser” para “hacer”:

Estamos colocados en la tierra, y particularmente en nuestra casa para santificarnos, ayudándonos con nuestros ejemplos, nuestras palabras y nuestras oraciones.

Carta a Henri Tempier, el 22 de agosto 1817, E.O. VI n. 21

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