ESA ERA LA VERDADERA EXPRESIÓN DEL SECRETO DE MI VOCACIÓN

Domingo de Pascua de 1839. Eugenio sufría a causa de una seria oposición experimentada en la diócesis, que le lleva a reexaminar la vocación que le había colocado ahí: “dedicarme al servicio de mi prójimo, al que amaba con el amor de Jesucristo por los hombres.”  Tras ser ordenado sacerdote y terminar sus compromisos en el seminario, volvió a Aix en Provence para comenzar su ministerio. 

Fue también este sentimiento el que determinó mi opción cuando, de vuelta en Aix, el obispo de Metz [Mons. Jauffret] entonces administrador de la diócesis, me preguntó qué quería hacer. Ni por un momento pensé en utilizar mi posición social para dejar entrever pretensiones que todo el mundo habría encontrado razonables en esa época.

Eugenio era miembro de la nobleza antes de la Revolución Francesa e hijo del antiguo Presidente de la Corte de Cuentas. A los ojos de ciertas personas de Aix, había tenido un status que le habría dado derecho a una posición eminente en la Arquidiócesis de Aix. En su corazón Eugenio rechazaba todo ello, como se muestra en el dibujo que hizo en el seminario y en el lema que había elegido para él.  

Elegi abjectus esse in domo Dei mei, era mi lema.  

Es un extracto del versículo 10 del Salmo 84 (83): » Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa; prefiero el umbral de la casa de mi Dios a vivir en las tiendas del malvado.» 

Está trazado en un dibujo que mandé hacer estando en el seminario y que expresa perfectamente el secreto de mi corazón. Mi escudo de armas colocado sobre la capa de presidente de mi padre, separada y tirada sobre un banco de piedra, con el birrete y la corona echados por tierra; una cruz de madera y una corona de espinas rematando el escudo, en lugar de los ornamentos a los que daba testimonio de renunciar, pisoteándolos, por decirlo así. Esa era la verdadera expresión del secreto de mi vocación…

Diario de Eugenio de Mazenod, Marzo 31, 1839, EO XX

«Esa era la verdadera expresión del secreto de mi vocación» – la Cruz y la corona de espinas. Mirar la Cruz un Viernes Santo treinta y dos años había transformado el corazón de Eugenio, y permanecía en él.

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