EN ESAS OCASIONES LOS HABITANTES DE CADA PISO ILUMINAN EL FRENTE DE SUS PUERTAS

Como Misionero Oblato y Obispo, la mayor felicidad de Eugenio era llevar el consuelo del Salvador a los más abandonados. Leemos en su diario:

17 de octubre: Entre los deberes del día: confirmación de un niño en peligro de muerte. Tuve que subir al sexto piso, pero ¡qué compensación para un obispo que siente su paternidad espiritual al verse rodeado de gente buena perteneciente a la clase pobre de su pueblo y ver a su pastor acercarse a ellos para consolarles en sus penas! En esas ocasiones  los habitantes de cada piso iluminan  el  frente de sus puertas y se arrodillan para recibir mi bendición; y la habitación del enfermo, adornada como una estación del santísimo un jueves santo, está siempre llena de caritativos vecinos que asisten a la ceremonia.  El niño tenía una disposición admirable.  Ansiaba mi llegada y su alegría al verme fue muy conmovedora. Recibió el sacramento de la confirmación con un sentimiento admirable…

Diario de Eugenio de Mazenod, Octubre 17, 1838, EO XIX

Jesús llega a mi casa todos los días en la oración, en las Escrituras y a través de las vidas de los demás. ¿Cómo “adorno” mi vida para recibirlo?

«Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para mis pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado[a] de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama»» (Lucas 7:44-47)

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