Vemos a Eugenio volcar en su diario el dolor por el sufrimiento y muerte de Dauphin, quien había servido en la casa del Obispo de Marsella. Aunque ya no había trabajado ahí por algunos años, había mantenido contacto con Eugenio.
Celebré la misa por el pobre Delfín, agradeciéndole así el afecto que me tenía. Pero por encima de todo, habría querido salvarle la vida. Ahora, con mis oraciones, quisiera llevarlo cuanto antes a la gloria.
Barri, a quien vi hoy, me confirmó el afecto del buen Delfín, y es más de lo que se podría creer. Decía que daría la vida por mí y que me amaba más que a nadie. Era solo efecto de su agradecimiento, pues pasaba a veces un año entero sin estar en contacto. Escribiendo esto solo para mi, me consuelo de la pérdida de ese fiel y buen servidor. Si alguien llegara a leerlo, que no se me acuse de debilidad.
La explicación de Eugenio acerca de sus sentimientos es una poderosa afirmación del amor de Dios.
Soporto todos los sufrimientos, pero no me avergüenza sentir muy vivamente la pérdida de quienes me quieren de verdad, y a quienes quiero por mi parte tan justamente, como sabe hacerlo mi corazón tan amoroso. No concibo cómo pueden amar a Dios aquéllos que no saben amar a quienes son dignos de serlo.
Diario de Eugenio de Mazenod, Septiembre 4, 1837, EO XVIII