La disposición de Eugenio de dar los sacramentos a un prisionero condenado a muerte iba en contra de la actitud de muchos sacerdotes y autoridades locales, que aun observaban los principios del Jansenismo.
El buen Sr. Lagier, lleno de pequeñas ideas locales, estaba pasmado al oírme hablar el otro día, y me aseguró que nunca se hubiese atrevido y ni siquiera habría tenido la idea de dar la comunión al pobre condenado a muerte.
Para prevenirlo contra las insinuaciones de algunos sacerdotes directores como él en el seminario mayor, que me escuchaban y no decían nada, les conté lo que hice por la famosa Germana decapitada en Aix en 1812 o 1813. Los señores lloraron al relatarles la admirable disposición de la mujer, a la que con gusto di la comunión la mañana misma de su muerte y la recibió con una disposición que ninguno de nosotros ha tenido al subir al altar. La gracia de Dios hizo de ella una heroína de virtud.
Me sería imposible no mencionar en algún escrito el detalle de esa hermosa muerte y la preparación que la precedió. Comenté a dichos señores que el capellán actual de la Conserjería de París sigue la misma doctrina y actúa como yo hice con Germana. Para evitar cualquier molestia al Sr. Lagier, se lo dije en presencia del Sr. Arnaud, vicario general.
Diario de Eugenio de Mazenod, Julio 14, 1837, EO XVIII