Dos semanas después, Eugenio se sigue oponiendo a la sugerencia de despedir al sirviente, pues le causaría pena y desdicha.
A decir verdad, no me hace falta él ni otro a mi servicio. Con lo que no puedo lidiar es tener en mis manos la suerte de un hombre a quien tengo afecto y aceptar hundirlo en la desgracia. Supongamos que cualquier otra persona estuviera en esa posición y diría lo mismo, sintiendo la misma angustia. Así me hizo Dios, y digo bien que Dios me ha hecho así, pues si recorriese toda mi vida, encontraría muchos rasgos que se refieren precisamente a los sentimientos que tengo hoy en día. A los nueve años, casi muero de dolor al saber de la muerte de una hija de mi criada, solo porque tal pena entristecía a mi criada, aun cuando yo estaba en Turín y ella en Aix. Si no se daña al hombre, cederé sin dificultad.
Carta a Henri Tempier, Octubre 17, 1835, EO VIII núm. 550
Tres años después, Eugenio tuvo que ceder y despedirlo, en enero de 1839. En su diario leemos:
“Despedida de mi sirviente Pascal Testamire. Esta vez tuve que dejarlo ir para siempre, a pesar de cuánto lo siento por él. Su terrible carácter perturbaba a todos y me costó mucho en estos tres años.”