EL  AFECTO  QUE  LE  DEBO  Y  LE  HE  DADO  CON  TODO  MI  CORAZÓN 

Por el bien de su tío de 87 años, Eugenio suavizó su actitud y se preparaba a hacer el juramento de fidelidad al rey, aunque con la condición de poder permanecer en Marsella como sufragáneo del obispo Fortuné, sin aceptar responsabilidad de ninguna diócesis.

Concluyo en que que lo que necesito es quedarme, reconocido así por el gobierno a quien no me niego a prestar juramento si lo exige, como sufragáneo o Vicario General de mi tío, pues siempre he tenido como principio, aunque no haya querido creerlo, que los ministros de la Iglesia están constituidos solo para el orden espiritual, que deben someterse a lo que Dios permite y mantener la paz a través de su santo ministerio, lejos de hacerse alguna vez instrumentos de algún partido, sean legitimistas o republicanos, pues sería comprometer el deber principal de la Iglesia: defender los intereses.

Eugenio estaba dispuesto a dar ese paso solo por devoción a su tío, para quien la diócesis era ya un gran peso. 

Mi insistencia en ello, pienso, causará alguna impresión en usted y mi buen tío. Es un razonamiento fundado en un principio, del que usted sabe por el afecto que le debo y le he dado con todo mi corazón. ¿Y porqué, después de expresar mi conciencia y mi espíritu no dejaría hablar a mi corazón?

Su corazón le dice que de aceptar alguna diócesis en otro lugar de Francia, la separación de sus seres queridos sería demasiado.

Todo cuanto me alejara de un tío tan venerable y querido, de usted y de algunas otras personas, sería para mí un exilio inaguantable, la peor condena, equivalente a una sentencia de muerte. ¿Quién dice que estoy obligado a tantos sacrificios?

Carta a Henri Tempier, Agosto 25, 1835, EO VIII núm. 537

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