Habiendo recibido la orden de mantenerse lejos de Marsella, Eugenio confiesa su angustia por los Oblatos a su amigo y confidente, el Padre Tempier, y la única respuesta a su alcance.
No es vida, mi querido amigo, lo que paso ahora. Me preocupa el estado del corazón y del espíritu, que interrumpe continuamente el descanso. Mi único recurso es la oración, me es imposible hacer otra cosa. Además, mi imaginación solo me hace ver desgracia y desolación; mis nervios están alterados al punto en que a veces me sobresalto involuntariamente ante el pensamiento del mal o de la muerte de las personas queridas. Al no tener cartas de usted en dos días, me atormentó la idea de que tal vez hubiera muerto.
En la primera epidemia, al estar en los mismos lugares y compartiendo los mismos peligros, no me preocupaba por los demás ni por mí. Sentía que todos éramos invulnerables; ahora, que por mis pecados estoy a salvo, estoy siempre angustiado. Sin embargo, me parece que el Señor les cuida, pues hasta ahora nadie se ha contagiado en el servicio tan peligroso llevado con heroísmo por nuestros Padres.
Carta a Henri Tempier, Agosto 7, 1835, EO VIII núm. 531