Siendo un Provenzal con un fiero temperamento, Eugenio era capaz de entender y manejar las, en ocasiones, imprevisibles reacciones de la clase trabajadora de Marsella durante la misión. Él los amaba y era capaz de llegar a ellos, como nos narra Leflón (Vol 2 p. 108-109):
Hay que añadir a todo esto que, al principio de la misión, los misioneros encontraron un obstáculo que debía haber sido previsto de antemano; el número insuficiente de parroquias para una ciudad de 109.ooo habitantes. Las once iglesias de la ciudad no podían albergar al gran número de personas que asistían en tropel a ellas. Consecuentemente, había desórdenes y peleas que el padre del Fundador relata extensamente al canónigo Fortunato:
La gran masa en todas las iglesias ocasionó varios disturbios y muchos incidentes escandalosos. … También el Domingo, en la iglesia de los Carmelitas, la ceremonia de Consagración a la Santísima Virgen fue escenario de otro disturbio. Mi hijo… llegó en medio de las peleas a puñetazos e incluso lanzamientos de piedras. Había tres veces más gente fuera de la iglesia que dentro. El jaleo era horroroso. Eugenio subió al púlpito y con fuerte pero equilibrada voz les dijo: “Mis hermanos, ahora que habéis convertido el augusto templo del Señor en una pescadería, no tengo nada más que hacer aquí, así que os dejo”. Luego bajó del púlpito. Al instante, todo se calmó. Le suplicaban que volviera y, después de pedirlo con insistencia algunas veces, el volvió a subirse al púlpito y ofreció un sermón tan bello y enternecedor que obtuvo las lágrimas de todos.
Relatado por el Presidente de Mazenod a Fortunato, 14 de Marzo de 1820. P.R., FB VI-3, January 28-30, 1820.
Años después, cuando Eugenio llegó a ser Obispo de esta ciudad, reflexionaba:
Aquí estoy de hecho convertido en pastor y primer pastor de una diócesis que, por más que se diga, no está poblada de santos… Tendré que consagrarle mi existencia, mi vida, todo mi ser; no tendré que pensar más que en su bien, ni que temer más que el no hacer bastante por su dicha y su santificación.
Retiro preparatorio a la toma de posesión de la sede episcopal de Marsella, mayo de 1837, EO XV n.185
«Encontré en la calle a un hombre muy pobre que estaba enamorado. Su sombrero era Viejo, su abrigo estaba desgastado, su capa no le llegaba a los codos, el agua pasaba a través de sus zapatos,- y las estrellas a través de su alma.» Víctor Hugo.