Eugenio viajó apresuradamente a París, donde iba a permanecer desde Julio hasta Noviembre de 1917. Sobre su llegada, escribió a su comunidad de Aix:
Sólo os escribo dos palabras, mis queridos y buenos hermanos, para daros noticias de mi feliz llegada a París, sin otro accidente que el de haber tiritado a lo largo de todo el camino desde Lyon hasta aquí, mientras que desde Aix a Lyon no podíamos respirar a causa del calor; por lo demás buen apetito, buen sueño, por lo menos apacible, compañía pasable pero impotente para hacerme salir de cierto ensueño que me dirigía continuamente hacia vosotros a quienes he dejado con tanto pesar. Hay que esperar que no será para mucho tiempo; he pedido ya audiencia al Ministro que me escribirá un día de éstos.
Carta a los Misioneros en Aix, 19 de Julio de 1817, E.O. VI n. 17.
Después del reinado de Napoleón, empezó a ser posible para las congregaciones religiosas y los monasterios volver a funcionar de nuevo. Comenzaron, de este modo, un acercamiento al Rey y al Ministro de Culto para obtener el reconocimiento gubernamental y el permiso para hacerlo. Aprovechándose de un nuevo Concordato entre el Papa y Francia, Eugenio iba a acercarse al gobierno en Agosto de 1816, para pedir un reconocimiento legal oficial de los Misioneros de Provenza.
Unas pocas semanas después, un Nuevo parlamento fue elegido y su reacción contra el “clericalismo” condujo al Papa a revocar el Concordato. Consecuentemente, el Ministro no animó a la aprobación de nuevas congregaciones. Sin embargo sugirió que se fusionaran con otras similares que ya estuvieran aprobadas por el gobierno. A Eugenio le sugirió una fusión con los Misioneros de Francia. Eugenio no era favorable a esto, y el Ministro, recurrió ahora como una táctica de retraso a que, durante un tiempo, la sociedad podía continuar discretamente su buen trabajo. Eugenio aguardo el momento oportuno en este proceso.
El choque con los sacerdotes de Aix, sin embargo, hizo necesario el tener un reconocimiento oficial del gobierno y un estatus legal tan pronto como fuera posible, para evitar la destrucción de sus Misioneros. De ahí el urgente viaje de Eugenio a París en 1817.