La Iglesia, esa hermosa herencia del Salvador que él había adquirido con el precio de toda su sangre, ha sido devastada en nuestros días…
… Es verdad que desde hace un siglo se trabaja en minar los fundamentos de la religión en el corazón y en el espíritu de los hombres con maniobras infernales. Es verdad también que la Revolución francesa ha contribuido prodigiosamente a hacer avanzar esa obra de iniquidad. Sin embargo, si el clero hubiera sido siempre lo que nunca hubiera debido dejar de ser, la religión se habría mantenido, y no solo habría resistido a ese terrible choque, sino que habría triunfado de todos esos ataques e incluso habría salido del combate más bella y más gloriosa.
Su receta para la permanencia del clero “firmemente en aquello que nunca deberían haber cesado de ser”:
¿Qué hizo Nuestro Señor Jesucristo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos a los que formó en la piedad y llenó de su espíritu; y después de haberlos instruido en su escuela y en la práctica de todas las virtudes, los envió a la conquista del mundo, que pronto habían de someter a sus santas leyes.
¿Qué debemos hacer a nuestra vez para lograr reconquistar para Jesucristo tantas almas que han sacudido su yugo? Trabajar seriamente por hacerse santos; caminar valerosamente por las huellas de tantos apóstoles que nos han dejado tan hermosos ejemplos de virtudes en el ejercicio de un ministerio al que somos llamados como ellos; renunciar enteramente a nosotros mismos; mirar únicamente a la gloria de Dios, la edificación de la Iglesia y la salvación de las almas; renovarnos sin cesar en el espíritu de nuestra vocación; vivir en un estado habitual de abnegación y con la voluntad constante de llegar a la perfección, trabajando sin descanso por hacernos humildes, mansos, obedientes, amantes de la pobreza, penitentes, mortificados, desprendidos del mundo y de los parientes, llenos de celo, dispuestos a sacrificar nuestros bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por el amor de Jesucristo, el servicio de la Iglesia y la santificación del prójimo; y luego, llenos de confianza en Dios, entrar en la liza y combatir hasta la extinción por la mayor gloria de Dios.
Nota Bene (Regla de 1818)