En esta hermosa reflexión en su diario personal, Eugenio describe cómo fue atrapado en la maravilla de la presencia de Jesús en su oración ante la Eucaristía. Escribe sobre su deseo de siempre estar unido a Jesús y prepararse para el encuentro permanente, al momento de su muerte. Su fallecimiento ocurriría 17 años después, pero el hecho de que la Iglesia lo canonizara fue la prueba de que en verdad vivió esas palabras por el resto de su vida.
“Durante mi adoración al Santísimo Sacramento expuesto, pensaba que era imposible estar mejor. ¿No es un anticipo del paraíso estar en presencia de Jesucristo, postrado a sus pies para adorarlo, amarlo y esperar la ayuda que uno necesita? Ahondando más en ese pensamiento, llegué a una conclusión que jamás había tenido: si en mi última enfermedad conservo la conciencia, debería entregar el último suspiro en presencia de nuestro Divino Salvador. Creo que eso sería un medio infalible de ocuparme sólo de él y de que mi corazón no dejara ni un instante de estar unido a su presencia, dándole fortaleza en el difícil momento del paso a la eternidad. Creo también que sería imposible que Jesucristo, constantemente invocado, mirado con plena confianza y amor, y a quien entregaría en cierto modo mi último suspiro, me rechazara de su presencia en el mismo instante en que acabara de dejarlo en la tierra. Esto me cuesta más expresarlo que sentirlo”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Enero 6, 1844, EO XXI