La comunidad en Canadá se encontraba en dificultades debido a las fuertes personalidades que interactuaban, no siempre de forma acertada. Para entonces ya habían llegado a un estilo de vida más unido y Eugenio lo reconocía.
“Ciertamente en este momento su casa de Longueuil es una de las más regulares y saben muy bien que serían ingratos, después de tantas gracias, si no fueran fervorosos, para la gloria de Dios y su perfección. Estoy completamente de acuerdo y no lo pienso solo ahora. ¿Cómo podrían jactarse de su misión sin poner todo su empeño en lograr la perfección de su vocación? Creía ya habérselos dicho: “alter alterius onera pórtate” y también diré: “et sic adimple-bitis legem Christi”,
¿Cómo los diferentes caracteres no borrarían el propósito de tener una sola voluntad para el bien, y considerar a Dios en las Reglas que deben observar o en la unión que lleva a un solo cuerpo y un alma? La menor fricción trae graves inconvenientes y desórdenes, y por consiguiente, muchos pecados. Pero no recordemos más el pasado. Estoy de acuerdo, con tal de que en el futuro no sea, como dicen, por la gracia de Dios. Tengan siempre mucha deferencia y respeto mutuos.
Convénzanse que en este mundo nadie tiene todas las cualidades, estén satisfechos con las que han recibido, intenten incrementarlas, pero no exijan que su hermano posea más que ustedes. Es posible que le falte tal cualidad o virtud que crean tener, pero tengan la seguridad de que él tiene otras de las que ustedes carecen. Pongan todo en lo común para ventaja de todos. Son todos miembros de un mismo cuerpo. Que cada cual haga valer su talento, y así el cuerpo no carecerá de nada.
Rodeen al Superior con su consideración…”
Carta al primer grupo de Misioneros canadienses, Enero 17, 1843, EO I núm. 15a