UNA CONVERSIÓN DIARIA A LA PLENITUD DE VIDA  

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3)

Hemos meditado por varios días en el discurso de despedida de Jesús a sus discípulos en la Última Cena. En el Evangelio de hoy (Juan 17:1-11a), Jesús pide por cada uno de nosotros y resume el propósito de su encarnación: conocer a Dios para tener conciencia de la vida plena que nunca nos será arrebatada, que es eterna a partir del momento de nuestro bautismo en esta vida terrena, realizada en nuestro encuentro adulto con Jesús y cumplida por toda la eternidad.

En las Escrituras, “conocer” no se refiere al conocimiento intelectual, sino a una relación íntima de comunión.  No se da en forma automática, sino que requiere de un proceso sin fin de formación en comunión. Este artículo de nuestra Regla Oblata describe bien el espíritu de San Eugenio y se aplica a todos nosotros:

“La formación tiende al crecimiento integral de la persona. Es tarea de toda la vida. Lleva a cada uno a aceptarse como es y a irse realizando según lo que está llamado a ser. Implica una conversión constante al Evangelio, y nos mantiene siempre dispuestos a aprender y a modificar nuestras actitudes para responder a las nuevas exigencias.” (C 47)

La pandemia de este año nos ha desafiado a reenfocar la comprensión y expresión de nuestra relación con Dios y la vida eterna que ya tenemos, aunque involucrando un compromiso siempre renovado de una conversión diaria.  Es un proceso donde necesitamos el apoyo de la comunidad, razón de la existencia de la Iglesia, y la Familia Mazenodiana es una de sus expresiones.

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