Una invitación al ser testigos del sufrimiento de quienes están cercanos a nosotros. Los Oblatos de las cuatro comunidades no eran espectadores impasibles. Como Eugenio, habían sufrido el dolor y la muerte de Marius Suzanne, el sufrimiento y casi pérdida de Hippolyte Courtès y ahora veían con impotencia cómo Eugenio mismo comenzaba a luchar por su vida.
Rey, el biógrafo, narra:
Al saberse la gravedad de la enfermedad del Superior General en Marsella, su dolor no fue menor. Al escuchar las noticias, algunos derramaron lágrimas desde el corazón, otros fueron a pedir ante el Santísimo Sacramento. Otros, como tres de ellos habían hecho por el Padre Suzanne, ofrecieron sus vidas por la de su amado Fundador. Todos dieron muestras de la más profunda piedad filial. Solicitaron permiso para exponer el Santísimo Sacramento en la capilla interior por ocho días, implorando la misericordia divina, tan necesaria para la pequeña Sociedad.
No se conformaron con ello; prometieron ir como comunidad a Notre Dame de la Garde, caminando descalzos desde la base de la colina, cumpliéndolo el mismo día. Decidieron ayunar todos los miércoles por un año. También hubo otras prácticas de penitencia y ejercicios piadosos, cada quien según su fervor.
…Sin embargo, por algunos días parecía que las ardientes súplicas habían sido escuchadas y que el peligro inminente había pasado. Se regocijaron y aplaudieron al Fundador, quien en opinión de los doctores, estaba libre de su grave enfermedad.
Rey I pág. 469
Como veremos, fue solo un respiro temporal para la salud de Eugenio, a quien esperaba una enfermedad de mayor gravedad. Nos conmueve ver las reacciones de los jóvenes Oblatos. ¿Cuántas veces, al enfrentar el sufrimiento de alguien a quien amamos, hemos ofrecido tanto a Dios a cambio del favor o gracia para esa persona? Hay algo hermoso y poderoso en estos actos de oblación por los demás.