¿Qué tan sereno me encuentro ante la posibilidad de la muerte?
Rey, el biógrafo de Eugenio, narra el curso de su enfermedad:
Los hijos del Padre de Mazenod, sobre todo el Padre Tempier, se encontraban lejos de estar optimistas; por el contrario, su apego filial comenzó a alarmarse.
Su enfermedad empeoró cada vez más y hubo de permanecer en cama. Algunos días después se presentó una fiebre muy alta y los doctores no ocultaron más la gravedad de los síntomas. El paciente estaba consciente del peligro de su situación; le preocupaba menos la enfermedad corporal que el bienestar de su alma y de la Sociedad de la que era el padre. Una noche, al empeorar la fiebre, se rehusó a cerrar los ojos ni por un momento, deseando, dijo, emplear de forma más útil los pocos momentos que le quedaran de vida.
Rey I pág. 469
Treinta y dos años después, la noche en que murió Eugenio, a los 79 años, instruyó a quienes se encontraban a su alrededor: “
Si llegara a quedar dormido o si mi condición empeorara, por favor despiértenme, pues deseo saber que estoy muriendo.”
Algunas horas antes de su fallecimiento, dice nuevamente:
“¡Oh, cuánto deseo verme moribundo, para poder aceptar por completo la voluntad de Dios.”
(Rey II p. 857)
Tales eran los sentimientos de quien había dado todo en su vida a su Salvador y se regocijaba apaciblemente en la unión eterna con Quien siempre había amado. Una gran lección para preparar nuestras vidas para un tranquilo encuentro con nuestro Salvador al morir.