ADMIRANDO LA BELLEZA DE DIOS EN UNA IGLESIA QUE ACOGE A LOS PECADORES

Eugenio comparte su reacción ante la belleza de la Basílica de Santa María la Mayor y las actividades que en ella se realizaban.

De regreso a mí convento no he podido resistir al deseo de entrar una vez más en la Basílica de Santa María la Mayor. La he recorrido durante media hora sin fijarme en nada en concreto; gozaba de la belleza de ese edificio
y, mientras caminaba, observaba con mucha edificación con qué afán numerosos peregrinos se apretujaban alrededor de los tribunales de la penitencia, en los que unos Padres Dominicos, sentados en aquellos grandes confesionarios, escuchaban con caridad y tocaban a intervalos con la larga vara que tenían delante, como palo de bandera, la cabeza o los hombros de cuantos se arrodillaban a su vera.
Todo ese espectáculo me edificaba y a la vez me conmovía. Me detuve a contemplarlo unos instantes. Era mediodía. Toda esta gente estaba en ayunas, porque al salir del confesionario iban a recibir devotamente la comunión para ganar el jubileo. Un montón de reflexiones se ofrecían a mí espíritu. Sería muy largo consignarlas por escrito. Lo cierto es que la Iglesia atrae a toda esta multitud de fieles con el fin de ganar el jubileo.

Diario en Roma, Noviembre 30, 1825, EO XVII

 Dos días más tarde, le encontramos atraído al mismo lugar:

Pasando ante Santa María la Mayor, entré por cuarta vez y allí estuve más de una hora. No intentaré describir todo lo que se ve en estas grandes Basílicas; sería demasiado largo e incompleto…
Imposible entrar en detalles sobre la belleza del altar y de las dos grandes capillas laterales. Nunca había visto mármoles tan bellos como los que adornan la Capilla de la Santísima Virgen; no se cansa la vista de mirarlos. .

Diario en Roma, Diciembre 2, 1825, EO XVII

 

“Nunca pierdas la oportunidad de ver algo hermoso, pues la belleza es la escritura de Dios.” Ralph Waldo Emerson

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