EL CENTAVO DEL POBRE SE MEZCLÓ CON LA OFRENDA DEL RICO

Dos meses después de que el Obispo Eugenio solicitara a su diócesis ayudar a los irlandeses, pudo enviar a Irlanda el equivalente actual a £13,300 Libras Esterlinas ($17,000 USD).  Escribió a uno de los obispos irlandeses:

“Conmovido como debía estarlo por los males que afligen a Irlanda, consideré que los fieles de mi diócesis no podían quedar ajenos y debían dar al menos testimonio de caridad hacia sus hermanos en desgracia. Para ello, hice un llamado a su buena voluntad en una pastoral. Aun estando en una ciudad donde la multitud de obras importantes y de establecimientos caritativos solo tienen como recursos los bienes voluntarios solicitados a cada momento, la empatía inspirada por el espíritu católico fue manifestado de forma bastante generalizada con motivo de mi petición. La colecta hecha en las iglesias donde el centavo del pobre se mezcló con la ofrenda del rico, ha producido cerca de $20,000 francos de nuestra moneda.

…Me es grato poder asociarme un poco a su caridad que calma tantos males y enjuga tantas lágrimas. Sin embargo, siento no poder contribuir más a aliviar las grandes pruebas a que está sometida su desventurada patria”.

Carta al Obispo de Tuam, Irlanda, Abril 14, 1847 EO III núm. 15

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NADIE PUEDE SUFRIR SIN QUE RECONOZCAMOS A JESUCRISTO EN ELLOS

Al concluir su exhorto a ayudar a los irlandeses, Eugenio recalca que somos llamados a ayudar, no solo por motivos humanitarios, sino aun de mayor importancia, porque como miembros del Cuerpo de Jesucristo, cuando una parte sufre, todos los demás miembros se ven afectados.

“Demostremos a quienes lo ignoran que en todo el universo, la Iglesia católica está conformada por un cuerpo indivisible, del cual Jesucristo es la cabeza y nosotros los miembros; probémosles que nadie puede sufrir sin que reconozcamos a Jesucristo en ellos, sin que nadie que esté penetrado de su espíritu de caridad pueda decir como Pablo: “¿Quien de ustedes está en dolor sin que no lo esté yo mismo?”. ¿Por qué pues vendrán a distinguir a una nación de otra en la Iglesia católica?. “No existe distinción, dice el apóstol entre Judío y Griego, todos tienen el mismo señor, que es rico con todos cuantos le invocan”. “Han sido revestidos de Jesucristo, dice enérgicamente en otra parte el mismo apóstol, no hay entre ustedes ni Judío ni Griego, ni esclavo ni libre… Todos forman uno solo en Jesucristo”.

“… Dirijan pues, queridos hermanos, su espíritu compasivo y de caridad en ayuda de ese pueblo y serán recompensados también en esta vida”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

“Veo a Jesús en todo ser humano y me digo, este es Jesús hambriento, debo alimentarlo.  Este enfermo es Jesús. Este con lepra o gangrena; debo lavarlo y cuidarlo.  Mi servicio proviene de mi amor por Jesús”. (Madre Teresa)

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LA SANGRE DE NUESTRO REDENTOR NOS ES COMÚN

 Al dirigir la carta a su diócesis sobre el sufrimiento de los católicos irlandeses por la hambruna, vemos el eco de la conversión del Obispo Eugenio al pie de la Cruz y darse cuenta de que había sido redimido por la sangre del Salvador.

“Que no se diga que pertenece a otro imperio distinto del nuestro; eso sería indigno de la caridad cristiana; todos somos, mientras haya hombres en la tierra, hijos del padre que está en los cielos y el prójimo, uno del otro; hay algo más que eso, los irlandeses son igual que nosotros en la gran familia católica;
 
No solo nos es común la sangre de la  fraternidad humana, sino la sangre de nuestro Redentor, de la que participamos todos en la misma gracia y los mismos sacramentos”.

Esta profunda convicción de que la sangre del Redentor nos es común a todos, fue la base de la comprensión de Eugenio de la Iglesia antes que nada, como el Cuerpo de Cristo:

“Mostremos a quienes lo ignoran, que en todo el universo, la Iglesia Católica está conformada por un cuerpo indivisible del que Jesucristo es la cabeza y nosotros sus miembros. 
… Así, hijos queridos, ante los innumerables sufrimientos de los irlandeses, no debemos preguntar a qué país pertenecen; cualquier pensamiento estrecho de nacionalidad debe ser reprimido, para permitir que prevalezca el gran y generoso espíritu de la caridad católica; el enorme mal es una demanda a todas las naciones. Nos parece además que toda la cristiandad debe apresurarse a seguir el ejemplo que el Papa ha dado ya y enviar ayuda a Irlanda, pues se trata después de todo, de tantas personas que mueren bajo el horror de la hambruna; es la sangre de una multitud de hermanos y hermanos que nos llama a todos”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Desde que encontró a Jesús como su Salvador y cambió su vida, Eugenio consideró que cada cristiano había sido redimido por Jesucristo, compartiendo por ello la misma sangre del Salvador en sus venas.

«A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección”. OMI Constitución 4

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TODOS SOMOS, MIENTRAS HAYA HOMBRES EN LA TIERRA, HIJOS DEL PADRE QUE ESTÁ EN LOS CIELOS Y EL PRÓJIMO UNO DEL OTRO

Después de compartir con la gente de Marsella algunos ejemplos de la difícil situación de los católicos en Irlanda, el Obispo Eugenio les llama a ayudar a aliviar el efecto de la hambruna en ese país, en especial por estar afectando a las personas con una larga y heroica historia de fe.

“¿Serán abandonados hoy día?. Sus gritos de alarma, que desde más allá de los mares llegan a nuestro continente, ¿nos dejarán insensibles?

… Sea lo que sea, nosotros en Marsella que sobre todo, hemos sido preservados de las aflicciones enviadas este año a otras regiones; intentemos merecer la continuación de la prosperidad de nuestra ciudad, tendiendo una mano caritativa a un pueblo cuyos inmensos males casi sobrepasan a los recursos de un gran estado. Impidamos en cuanto sea posible, que un pueblo numeroso, un pueblo de confesores y de mártires, sea exterminado por el hambre. Que no se diga que pertenece a otro imperio distinto del nuestro.

Así, para evitar la excusa de que había suficiente pobreza por remediar en Marsella para preocuparse por los pobres en otro país:

“Que no se diga que pertenece a otro imperio distinto del nuestro; eso sería indigno de la caridad cristiana; todos somos, mientras haya hombres en la tierra, hijos del padre que está en los cielos y el prójimo, uno del otro..”

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Se decía que el corazón de San Eugenio era tan grande como el mundo y aquí vemos un ejemplo de su preocupación por los pobres y más abandonados en cada parte del mundo y el deseo de que su Familia Oblata y los miembros de su diócesis de Marsella tuvieran una vista global similar de la caridad cristiana.

“Es en ocasiones como ésta que mostramos el verdadero espíritu de dar y de hermandad al mostrar al buen Samaritano en todos nosotros”.  (Jo Bonner)

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OLVIDEN POR UN INSTANTE SUS PROPIAS DIFICULTADES Y VENGAN EN AYUDA DE NUESTROS HERMANOS Y HERMANAS EN IRLANDA

Tras presentar a la gente de su diócesis el sufrimiento de los católicos irlandeses por su fe, el Obispo Eugenio ahora se refiere al terrible sufrimiento ocasionado por la Hambruna de la Papa, que había comenzado dos años antes, en 1845.  Duraría siete años y en ese lapso murieron de hambre más de un millón de irlandeses y más de otro millón se convirtieron en refugiados en otras partes del mundo.

Eugenio apela a los feligreses de su diócesis para brindar apoyo material y da algunos ejemplos desgarradores de la miseria que pasaban otros católicos.

“¡Pues bien! queridos hermanos, Irlanda que tanto encomienda a nuestro amor a la fe, padece hoy día, bajo la mano de Dios (que con ello quiere sin duda apresurar su liberación), una de las más crueles pruebas de su existencia y se siente cansada por tantas de ellas. Los periódicos, por muy sombríos que sean sus relatos, solo nos dan ideas muy lejanas de la realidad sobre su desdicha actual. Sin darnos todos los tristes detalles, nos hablan de ese país abandonado al hambre y la fiebre, que diezma diariamente y en proporción creciente a sus habitantes. Se escribía el 26 de enero pasado: “El espíritu más fuerte no aguantaría; el hambre está en todas las casas, y aunque la gente muera rápidamente, no se altera la tranquilidad”.  Dicen luego, en esa carta, que el gobierno ha abierto talleres públicos para dar ocupación a mucha gente, pero a causa de la carestía de los alimentos, el salario de un obrero apenas llega a alimentar a dos personas, y con frecuencia resulta que por la necesidad de compartir una pequeña porción, le imposibilita seguir trabajando, condenándoles a un estado de extenuación. Se ven familias enteras de diez y once personas presas de fiebre; los hospitales están llenos, no se puede recibir a todos los que se presentan; se ponen hasta cuatro en el mismo lecho, y mueren en gran número sin quejarse.

Otra carta del 27 de enero dice: “No pueden tener una idea justa de las escenas horrorosas de miseria, capaces de partir el corazón, en medio de las que vivimos; en Irlanda entera el hambre y la fiebre causan terribles estragos”.  »Se ven ciudades con miles de hambrientos que devoran en la esquinas de las calles una sopa que la caridad distribuye, que les evita morir de momento.

En cuanto al campo, entre otras cosas entristecedoras, se cita como ejemplo de lo que allí ocurre, el siguiente informe de un médico “En una cabaña, afectadas por el mal y abandonadas de todo el mundo, estaban cuatro criaturas humanas: una estaba muerta desde hacía días y las demás consumidas por una fiebre ardiente, solo tenían como cama un piso mojado y una manta húmeda para cubrirse. La enfermedad era tan violenta y el cadáver tan descompuesto, que los vecinos no quisieron acercarse al lugar y fue preciso que el médico en persona, aunque solo tuviera una mano, metiera el cadáver en el féretro y se lo llevara para enterrarlo. Los sacerdotes también deben prestar ese piadoso deber”.

Del campo, el pobre pueblo fluye a las ciudades donde sigue el sufrimiento. El hambre ha hecho en todas partes tal progreso “que ha agotado, escribe una fuente, la caridad del pobre para el pobre y que heroica ofrece los últimos recursos y que en ningún país se iguala a Irlanda”.

       …Nos limitamos queridos hermanos a ese cuadro desgarrador; demasiado fuerte para que sus corazones se resistan a olvidar por un instante sus propias dificultades y vengan en ayuda de  nuestros hermanos y hermanas de Irlanda”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Hoy en día continúan las “Hambrunas de Papa» en todo el mundo y sigue resonando la invitación de Eugenio a olvidar nuestras dificultades y llevar el alivio que nos sea posible.

“Mucho del sufrimiento del mundo proviene de nuestra acción o inacción impura y la de los demás. Por ejemplo, la gente mira una hambruna y se pregunta dónde está Dios, aunque el mundo produce suficiente comida para que cada persona ingiera 3,000 calorías diarias.  Es nuestra irresponsabilidad y egoísmo lo que evita que los alimentos lleguen a la gente”. (Lee Strobel)

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NUESTRA CARIDAD NO DEBE MANIFESTARSE SOLO CON ORACIONES

Al tiempo que se regocija por el resultado de las oraciones de la gente de Marsella por Inglaterra, el Obispo Eugenio los exhorta a dar un paso más y poner en práctica sus oraciones por el sufrimiento de la gente de Irlanda, que había padecido por mucho tiempo el efecto de la Ley Penal, como resultado de su fe.

“Sin embargo, nuestra caridad no debe manifestarse solo con oraciones; venimos a pedir que hoy, unan a la ayuda espiritual la ayuda material. Junto a Inglaterra y bajo el mismo imperio vive una nación, que por su gran sufrimiento e inquebrantable firmeza en la religión verdadera, ha venido a ser, se puede decir, un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Lo que fue la Iglesia católica durante el primer periodo de su existencia, cuando el Imperio Romano hacía confesar con tormentos la fe en Jesucristo, Irlanda lo ha sido en los últimos tiempos, en un intervalo igual. Ha sido destinada a mostrar todo cuanto una nación sostenida por la fe puede tener de generosidad, de paciencia y resignación en las situaciones más dolorosas.

Pero en los designios de Dios, el pueblo irlandés ha sido un ejemplo admirable; la pobreza y sufrimientos que han sido parte de su fidelidad, deben sernos igualmente preciosos y aun más, debido a que ese precio se ha hecho un instrumento providencial para la propagación de la fe. Sus lágrimas, algunas veces mezcladas con sangre, han sido fecundas para la verdad”.

Debido a su persecución, muchos irlandeses habían migrado y adonde fueran habían sembrado la semilla de su religión católica, dando fruto.

“A medida que se multiplicaba extraordinariamente en su isla, como hijos de Israel en Egipto, la migración provocada por la necesidad, les llevaba a todos los puntos de Gran Bretaña, así como a América del Norte, y ha sido, casi en todas partes, la primera base de una cristiandad católica, y como  levadura con la que la gracia hace fermentar la masa de las poblaciones extranjeras para la verdadera iglesia”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Muchos de nosotros recibimos las raíces de nuestra fe a través de los laicos irlandeses, religiosos y sacerdotes que la trajeron a nuestros países y ancestros.

«La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. (Tertuliano)

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QUE LA OBRA DE DIOS PROSIGA TRABAJANDO EN EL INTERIOR DE LOS ESPÍRITUS HASTA SU TOTAL CUMPLIMIENTO

Debemos siempre recordar que las cartas de Eugenio fueron escritas hace cerca de 200 años, en un mundo donde las percepciones eran muy diferentes a las nuestras en la actualidad.  Era la época de «extra ecclesiam nulla salus» (fuera de la Iglesia Católica Romana no hay salvación) – una actitud teológica que fue modificada por el Vaticano II, a través del concepto del ecumenismo.  Eugenio veía con tristeza la separación en Inglaterra, pues Enrique VIII había forzado a los católicos a abandonar la Iglesia.  Más aun, los católicos que permanecieron fieles tuvieron que soportar estrictas leyes anti-papistas y prejuicios de segregación.  La “Emancipación Católica” de 1829 y el Movimiento Oxford promovieron muchas conversiones al catolicismo, que fue el motivo para que Eugenio enviara a los Oblatos a las Islas Británicas.  En 1845 había escrito una carta pastoral a su diócesis pidiendo oraciones para el éxito del regreso a la Iglesia Católica.

“Hace casi dos años, a invitación de un ilustre Prelado de Inglaterra, solicitamos sus oraciones para nuestros hermanos para que la gracia acelerara el avance de la verdadera religión en el imperio Británico, que recientemente ha visitado el cielo con una luz más viva y abundante”.

Luego Eugenio agradece las oraciones de sus fieles, pues han dado fruto.

“Con prontitud respondieron al llamado, con un testimonio que nos complace ofrecerles: hemos quedado impresionados al ver el celo verdaderamente católico y la ardiente caridad con la que se han  unido a nosotros, para lograr que los hermanos que el error nos había arrebatado, fueran devueltos a la comunidad de una familia espiritual, bajo un mismo pastor. El Señor les ha escuchado desde lo alto y a diario se alegra la Iglesia de ver volver a los hijos tan amados a los que lloraba desde hace tres siglos”.

El Movimiento Oxford apeló a los intelectuales de Inglaterra para explorar su fe y su expresión en forma más profunda, y esto es a lo que se refiere Eugenio:

A la luz del Padre, quienes pertenecen a lo que se puede llamar la élite de la ciencia y la virtud, reconocen el camino oculto por los prejuicios hereditarios, ingresan con generosidad, rompiendo con todos los intereses contrarios y apelan a la verdad, que buscan con amor sincero. ¡Que la obra de Dios prosiga trabajando en el interior de los espíritus, hasta su total cumplimiento! ¡Que llegue pronto el día en que una nación que ocupa un lugar tan grande en el mundo, una su mano a la nuestra para abarcar en un celo común las islas y los continentes, y devolverlos a la unidad de la misma fe, gracias a la poderosa influencia de los dos países! — Continúen sus oraciones, queridos hermanos, para que el futuro objetivo de tan magnífica esperanza, no tarde en ser concedido, y que el reino de Dios llegue a la tierra”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Dos siglos después, el Papa Juan Pablo II alentó a los cristianos:

«La Iglesia Católica abraza con esperanza el compromiso al ecumenismo como tarea de la consciencia cristiana alumbrada por la fe y guiada por el amor. Jesús mismo, a la hora de su Pasión, pidió  ‘que todos sean uno’ (Juan 17:21).  Esta unidad, que el Señor ha conferido a su Iglesia y en la que desea recibir a todos los pueblos, no es un agregado, sino el centro mismo de la misión de Cristo. No es tampoco un atributo derivado de la comunidad de sus discípulos, sino que pertenece a la esencia misma de esta comunidad”. ( Papa Juan Pablo II, Ut Unum Sint)

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SER EL PASTOR ENCARGADO DE APACENTAR ESE REBAÑO QUE ME FUE CONFIADO, ALIMENTÁNDOLO CON EL CUERPO DE JESUCRISTO

“Misa en la Misión de Francia, precedida de la abjuración de un protestante y de la confirmación de varios adultos. En la capilla había 700 hombres, la mayoría de ellos pertenecientes a la clase más alta de la sociedad marsellesa; a todos ellos les dí la comunión. Nada se compara al imponente aspecto de esa fervorosa asamblea y al recogimiento constante que hubo durante la ceremonia, bastante larga”.

Eugenio después nos da una perspectiva de su experiencia mística al estar en presencia de Dios y de ser Su ministro sacramental:

“La presencia del Espíritu Santo derramado en las almas de los confirmados se había comunicado sensiblemente a toda la asistencia; por mi parte, experimentaba su dulce influencia y al pensar cuando daba la comunión a aquellos numerosos fieles ser el pastor encargado de apacentar ese rebaño que me fue confiado, alimentándolos con el cuerpo de Jesucristo, me era imposible contener la emoción y las lágrimas fluían de mis ojos, pues mi corazón rebosaba de plenitud, alegría y de felicidad.

Yo adoraba, daba gracias, y rogaba alternadamente a nuestro divino Salvador. Los tres cuartos de hora que duró la comunión, pasaron como un instante”.

Diario de Eugenio de Mazenod, Abril 18, 1847, EO XXI

REFLEXIÓN

Aquí tenemos un vistazo privilegiado a la amorosa relación de Eugenio con el Salvador, que había conquistado su corazón casi 40 años antes, convirtiéndolo en su amoroso cooperador.

En ella tenemos una invitación a reenfocar nuestra relación propia con Dios y “adorarlo, agradecer y pedir” al Salvador, quien en forma constante nos abre sus brazos y se hace uno con nosotros en su Eucaristía.

“Cuando lo hayas recibido, vuelve tu corazón a rendirle homenaje; habla con Él sobre tu vida espiritual, llevando la mirada de tu alma hacia Él, donde está presente para tu felicidad; dale la bienvenida tan calurosamente como te sea posible y condúcete de forma tal que tus acciones sean prueba ante todos, de Su Presencia”.  (San Francisco de Sales)

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LA CLASE MÁS ALTA DE LA SOCIEDAD MARSELLESA

La iglesia de la “Misión de Francia» era el centro de Marsella, donde los Jesuitas hacían sus obras de caridad y su forma de hacerlo reflejaba y apoyaba la respuesta del Obispo de Mazenod a las necesidades de los pobres y más abandonados en su diócesis: formar grupos de laicos enfocados a un sector particular de la sociedad.

 “Misa en la Misión de Francia, precedida de la abjuración de un protestante y de la confirmación de varios adultos. En la capilla había 700 hombres, la mayoría de ellos pertenecientes a la clase más alta de la sociedad marsellesa; a todos ellos les dí la comunión. Nada se compara al imponente aspecto de esa fervorosa asamblea y al recogimiento constante que hubo durante la ceremonia, bastante larga”.

Diario de Eugenio de Mazenod, Abril 18, 1847, EO XXI

 REFLEXIÓN

Como Obispo, Eugenio estaba preocupado por la salvación de todos en su diócesis, sin excepción.  Para él, los “más abandonados” eran quienes no conocían a Jesucristo como su Salvador, sin importar la posición social y fortuna.  Esta ceremonia se enfoca en dos puntos centrales de los misioneros: antes que nada, trabajar en las necesidades espirituales de ellos.

 En segundo lugar, se reunieron en una iglesia dedicada a generar obras de caridad para la ciudad.  La clase social conocida como la “más alta”, se conformaba de los acaudalados, industriales, dueños de fábricas y granjas y filántropos que garantizaban empleo para miles en la ciudad.  Al trabajar con ellos, Eugenio buscaba transformar sus actitudes y prácticas.  Además, ellos mismos se organizaban en asociaciones para trabajar en el bienestar de los pobres.

 “Jesús no dijo ‘Benditos aquéllos que se ocupan de los pobres’, sino ‘Benditos nosotros por estar donde somos pobres y abatidos’. Es ahí donde Dios nos ama más profundamente y nos lleva a una comunión más profunda con él”.  (Henri Nouwen)

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RECIBÍ LA PROFESIÓN DEL HERMANO A QUIEN DI LA COMUNIÓN

“Profesión del Hno. Molinari en mi capilla. No dije misa, pues me había comprometido a decirla en otro lugar, pero subí al altar y tomé el sagrado copón. Tras una alocución apropiada, recibí la profesión del hermano, a quien di la comunión y tras él, a todos los Oblatos presentes”.

Diario de Eugenio de Mazenod, Marzo 21, 1847, EO XXI

REFLEXIÓN

Aquí Eugenio se refiere a la hermosa costumbre, ahora en desuso, en la que los Oblatos profesaban sus votos al momento de la Comunión en la Misa.  Realizaban su oblación al profesar sus votos y de inmediato se unían a Quien habían ofrecido sus vidas, recibiendo la Eucaristía.

En toda ocasión en que recibimos la Eucaristía somos invitados a celebrar nuestra comunión con Jesús, quien dio todo por nosotros y nos convoca a responder con generosidad.

«De la Eucaristía proviene la fortaleza para vivir como cristianos y el celo para compartirla con los demás”. (San Juan Pablo II)

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