MISIONES POPULARES: LEVANTAMIENTO DE LA CRUZ DE LA MISIÓN

La ceremonia estaba bien preparada para ser lo más espectacular posible, de modo que llamara la atención y asegurara que este acto de homenaje a Jesús el Salvador les causara una impresión inolvidable.

Quienes eran honrados con llevar la cruz eran elegidos dependiendo de la longitud de la procesión, la cual podía llegar a ser de más de cien hombres en los lugares más grandes. La cruz debía ser llevada en procesión a través de calles adornadas hasta llegar al punto donde sería levantada.

La plaza estaba atestada de gente y todos se mantenían con piedad, uniendo sus voces a las de los misioneros que se habían quedado junto a la cruz con los jóvenes escogidos para llevarla.
Después de las Vísperas todos los fieles se reunieron en la plaza donde estaba la cruz y se procedió a la bendición de ésta. La procesión empezó luego a desfilar cantando el Vexilla Regis y algunos cánticos. El Alcalde y su adjunto con faja acompañados por el consejo municipal que él había invitado seguían a la cruz, inmediatamente precedida por el clero. Nada turbó el orden y la decencia de la procesión. Se llegó con un poco de retraso a la plaza donde se iba a plantar la cruz

Diario de la misión de Marignane, el 15 de diciembre, E.O. XVI

Sevrin, basándose en todas las misiones de este período que él ha investigado, describe la escena final de este modo:

Después de haber dado, durante una o dos horas, a veces más, la vuelta a la ciudad o recorrido las principales calles, el cortejo llegaba por fin al sitio de la cruz, donde había un ancho espacio reservado…
Tan pronto como se había fijado la cruz, el predicador subía cerca del pedestal, y dirigía a la inmensa muchedumbre un último discurso con toda su voz, todo su entusiasmo, todos los recursos de su elocuencia, para rogar insistentemente a estos cristianos, fortalecidos unos, traídos al buen camino otros, a permanecer fieles a sus compromisos, y para lanzar una última llamada a los que, hasta el fin, habían rechazado la gracia de Dios. Este discurso tenía generalmente gran efecto. El orador los exhortaba, una vez más, a perdonar a sus enemigos, y a prorrumpir en nuevas aclamaciones: ¡Viva Jesús! ¡Viva la Cruz! que repetían con más o menos entusiasmo, según que la misión había más o menos ganado los espíritus y los corazones… Se iba después a besar el madero o el pedestal de la cruz y se volvía procesionalmente como se había venido…

SEVRIN, Les missions, I, p. 324-325

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