ESTÁN OBLIGADOS A UNA MAYOR PERFECCIÓN
Como vimos anteriormente, los nuevos cuatro profesos acababan de terminar su noviciado y ahora debían seguir su formación para ser sacerdotes y hacerse misioneros. Para todos nosotros es importante el estudio continuo y el crecimiento en el discipulado, según el estado personal de vida. Los Oblatos asisten al noviciado y los Asociados Laicos participan en un programa de formación antes de comprometerse al discipulado Mazenodiano en las varias ramas de la Familia Mazenodiana, que tienen un período de iniciación. Es por ello que la formación continua es necesaria para profundizar nuestra relación con Dios y discipulado, al igual que el servicio a los más necesitados.
Eugenio lo subraya:
“Han sido buenos, fervorosos y edificantes durante su noviciado, lo que les hizo ser admitidos a la profesión. Pero recuerden mis queridos hijos, que muy lejos de relajarse ahora que han salido del noviciado, están obligados a una mayor perfección. Todo lo que han hecho hasta ahora era, por así decirlo, una preparación al santo estado que han abrazado y tienen actualmente”.
El noviciado es un período de prueba para comprobar ser apto para cumplir las tareas inherentes a la profesión religiosa.
“El noviciado fue un tiempo de prueba para juzgar si serían aptos para cumplir los deberes que la profesión religiosa les imponía. Esos deberes pesan hoy sobre ustedes con toda su fuerza, si se le puede llamar peso al yugo amable y ligero del Señor.
Sigue siendo cierto que están obligados por deber de estado a seguir el camino de la más exacta perfección…
Hay que considerar todas estas cosas, reflexionar sobre ellas, meditarlas durante todo su tiempo de oblación, para que al ser elevados a las santas órdenes y habiendo adquirido el estudio correspondiente, sean llamados a cumplir el ministerio propio de los hijos de María Inmaculada, siendo aptos para el servicio al que sean destinados, de modo que produzcan en las almas los frutos de salvación que se esperan de ustedes, para honor de su ministerio y consuelo de la Iglesia y de la Congregación, su madre, que tanto ha hecho para formarles, y que tiene tanto derecho para contar con su cooperación.
Estas palabras aplican a todos nosotros al cumplir nuestras vocaciones bautismales.
“Me despido mis queridos hijos, estrechándoles contra mi corazón paternal y les bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Carta dirigida a “nuestros muy queridos Hermanos e hijos en Jesucristo, Hermanos Bonnard, Martini, Cooke y Dunne”, Agosto 22, 1846, EO X núm. 910
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