EL SEÑOR, A QUIEN ÉSTA PERTENECE, Y SU DIVINA MADRE, A QUIEN ESTÁ CONSAGRADA, ATENUARÁN NUESTRA PENA 

Continuando su recuerdo por el fallecimiento del Padre Moreau en Córcega, Eugenio comenta la calidez de su afecto por él.

“Era diácono en 1816, cuando el Señor lo llamó a nosotros. Fiel, entre tantos recalcitrantes, a la voz de Dios, vino a verme durante nuestra misión en Grans. Durante la estancia que hizo conmigo en St-Laurent du Verdon adonde me había retirado para coordinar nuestras santas reglas, lo preparé a la ordenación y le acompañé a Digne para presentarlo a Mons. Miollis, quien le ordenó sacerdote en septiembre de 1818. Hizo varias misiones conmigo, en especial las de Barjols y Largues. Era, en toda la extensión de la palabra, mi hijo espiritual y alumno, siempre bueno, celoso, siempre ferviente religioso y también siempre muy apegado a mí, a quien miraba como su padre….

Mientras lloraba su pérdida y el irreparable vacío que dejaba en la Congregación, la fe de Eugenio se vuelve a Dios y a María, en quienes confiaba por completo.

“Él está en el cielo, pero nosotros, aunque alabando a Dios por la glorificación de su elegido ¿cómo vamos a reemplazarlo en la tierra? Su pérdida desgarra nuestros corazones y es de verdad irreparable en la situación actual de la congregación. El Señor, a quien ésta pertenece, y su divina Madre, a quien está consagrada, atenuarán nuestra pena, acudiendo en nuestra ayuda. Debemos vivir en esta confianza, sin la cual habría motivo para desalentarse”.

Diario de Eugenio de Mazenod, Febrero 2, 1846, EO XXI

Que San Eugenio nos inspire para enfocarnos en Dios y María en nuestros momentos sombríos y de pérdida.

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