HACE TIEMPO QUE PEDÍA AL SEÑOR HICIERA BRILLAR UN RAYO DE SU LUZ SOBRE ÉL PARA QUE COMPRENDIERA CUÁN MALO ERA EL CAMINO QUE SEGUÍA
El Padre Jean Baudrand tenía 30 años cuando fue enviado a Canadá en 1841 como parte del primer grupo de Oblatos. Era un buen predicador, pero era sumamente crítico.
En una entrada en su Diario del 20 de septiembre de 1842, el Obispo de Mazenod expresaba su descontento:
«Las cosas mejorarían en América, si el Padre Baudrand no alentara la división interna […] El Padre Baudrand es un hombre sin educación, sin tacto y con pocas virtudes. Recibió algunas cualidades, pero se cree mucho más talentoso de lo que es… usa su conocimiento solo para refunfuñar, sembrar la discordia y quejarse, incluso fuera de la comunidad, enfatizar las faltas de sus hermanos, según lo que su imaginación y mal corazón ven. Realmente hace el trabajo del Diablo en Canadá y el daño que ha hecho es incalculable…”
En abril de 1843, el Obispo de Mazenod decidió llamarlo a Francia… Ante la insistencia del Obispo Bourget, el Fundador dejó al Padre Baudrand en Canadá. El 10 de agosto de 1843, escribió al Obispo:
“Es su deseo dar una prórroga al Padre Baudrand. […] Tengamos un poco más de paciencia; si no muestra más sinceridad en su obediencia y si no se deshace de su manía de querer juzgar todo y a todos, veremos qué hacer.”
¿Compartiría el Obispo Bourget esta carta con el Padre Baudrand? El 10 de mayo de 1844, el Padre Honorat comentó que el Padre Baudrand había hecho un retiro, pidió perdón por sus acciones y prometió un cambio. Al final comentó: «Considero este cambio de actitud como una de las mayores gracias que Dios nos ha concedido desde que estamos en Canadá”. (https://www.omiworld.org/es/lemma/baudrand-juan-fleury-es/)
Al enterarse de las noticias, Eugenio escribió:
“En primer lugar, me consuela mucho la disposición que me comenta tiene el P. Baudrand. Hace tiempo que pedía al Señor hiciera brillar un rayo de su luz sobre él para que comprendiera cuán malo era el camino que seguía, y tocara al mismo tiempo su corazón, para que se arrepintiera y reparara su obstinación.
No tengo aun pruebas de su enmienda y me sería imposible creer en su conversión, en tanto no cambie a lo que su deber le impone. Ciertamente estoy dispuesto a perdonarle, pero no puedo eximirle de una reparación sincera, que tardó tanto en llegar”.
Carta a Jean Baptiste Honorat, Julio 18, 1844, EO I núm. 43
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