SABEN  QUE  NO  VOLVERÁN  A  VER  SU PATRIA  Y  SE  REPROCHARÍAN ECHARLA DE MENOS

En la entrada anterior vimos cómo Eugenio encomendó a los tres jóvenes Oblatos destinados a ser misioneros en Canadá, los Hermanos Brunet, Garin y Laverlochère, a la protección de María. Escribió acerca de ellos al Padre Guigues, superior de la comunidad donde recibieron su primera formación. El Padre Vincens había estado a cargo de su formación.

“Fueron ordenados subdiáconos el domingo pasado con el Hno. Nicolás. Pasado mañana los ordenaré diáconos … Di al P. Vincens para su consuelo, que estoy encantado con esos jóvenes. No hablo del Hno. Nicolás que no tiene que hacer grandes sacrificios, sino de los otros tres, que inspiran mi admiración y ternura. Les es imposible tener mayor generosidad, una dedicación más perfecta, pensamientos más espirituales. Sacrifican sus afectos naturales y más legítimos con una verdadera alegría basada en la fidelidad y el amor a su vocación. Saben que no volverán a ver su patria y se reprocharían echarla de menos”.

Los jóvenes sabían que probablemente nunca volverían a ver a sus familias o su país de origen. Comprendían y aceptaban el gran sacrificio como resultado de su oblación.

“Dios nos ordena ir, me decían, no debemos ocuparnos de otra cosa. Verdaderamente me cuesta ocultar mi emoción y contener mi admiración. Son discípulos que honran a su maestro”.

Carta al Padre Bruno Guigues, Agosto 18, 1843, EO X núm. 812

Habían comprendido y se dejaban llevar por las palabras de Eugenio hacía 25 años:

“Nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado el cuidado de atender y continuar la gran obra de la redención de los hombres.
Es únicamente hacia ese objetivo que deben tender todos nuestros esfuerzos; mientras no hayamos empleado toda nuestra vida y dado toda nuestra sangre para lograrlo, no tenemos nada que decir; con más razón cuando todavía no hemos dado sino unas gotas de sudor y algunas pequeñas fatigas”.

Carta a Henri Tempier, Agosto 22,  1817, E.O. VI núm. 21

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