EL BUEN DIOS SÓLO ESPERA NUESTRA CONVERSIÓN PARA COLMARNOS DE SU GRACIA

Rebuscando entre sus viejos papeles, Eugenio encontró una carta del Padre Duclaux, su director espiritual durante su tiempo en el seminario de París. La carta había sido escrita casi 30 años antes, en 1815, cuando Eugenio estaba discerniendo si Dios lo llamaba a reunir un grupo de sacerdotes para responder a las necesidades espirituales de los más abandonados en Provenza. Escribió en su diario:

Hurgando hoy en mis viejos papeles, para echar al fuego un montón de ellos, he encontrado una carta preciosa del santo señor Duclaux, mi director en San Sulpicio, muerto siendo superior general de esa congregación. Toda ella es buena, como todo lo que brotaba de su hermosa alma, pero entre otras cosas me escribía en 1815:

“Por mi parte, no puedo más que dar gracias a mi buen Maestro de todos los piadosos sentimientos que le inspira. Continúe trabajando con todas sus fuerzas para el restablecimiento de la religión; predique, instruya, ilustre a los franceses sobre la causa de los males que los abruman; que su voz se haga oír en todas las partes de Provenza; el buen Dios solo aguarda nuestra conversión para colmarnos de sus gracias.»

Era el impulso que Eugenio necesitaba escuchar mientras discernía la voluntad de Dios y reunía a los futuros Misioneros Oblatos.

El Padre Duclaux también subrayó que no era suficiente llevar a la gente a conocer a Jesucristo como Salvador a través de las misiones parroquiales y la predicación: era esencial que hubiera buenos sacerdotes para pastorear a la gente de forma permanente en sus parroquias.

Pero sobre todo forme el espíritu eclesiástico entre los sacerdotes. Usted solo hará muy poco bien, mientras no haya excelentes sacerdotes al frente de las parroquias. Incite, pues, a todos los eclesiásticos a ser santos; que lean las vidas de San Carlos y de San Vicente de Paúl; verán si está permitido a un sacerdote, a un pastor, vivir en la tibieza y sin celo.

Duclaux, 2 de octubre de 1815

Diario de Eugenio de Mazenod, 30 de julio de 1843, EO XXI

A Eugenio nunca se le olvidó este buen consejo y, desde el comienzo de los Oblatos, una de sus obras fue la de los retiros y momentos de renovación para sacerdotes diocesanos. Con el tiempo, esto llevó a la apertura de seminarios en Francia y otras partes del mundo.

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