AL TENER LA PLENITUD DE LOS DONES CELESTIALES NECESARIOS PARA EL GOBIERNO DE ESA CONGREGACIÓN
Eugenio termina de citar la carta que el Obispo de Montreal le dirigió acerca de los Oblatos:
«Por lo demás monseñor, lo que le digo de ningún modo es una queja, sino sólo ponerle al corriente de lo que aquí sucede».
Luego se refiere al estado especial de gracia que tenía Eugenio como Superior General:
“Porque, al tener usted la plenitud de los dones celestiales necesarios para el gobierno de esa congregación, tiene el estado especial de gracia para dar a todos y cada uno de sus miembros el movimiento y la vida. En esa perspectiva, creo mi deber rogarle insistir en las recomendaciones que les hace…».
A continuación sigue una lista de recomendaciones, que concluye con:
«Una vez más, si hago estos comentarios, solo es para que esté en condiciones de ejercer mejor sobre sus hijos de Canadá su acción eficaz, cuya virtud se sentirá siempre más allá de los mares”.
Eugenio comenta:
“¡Qué admirable carta! Aunque complaciente conmigo, llena mi alma del mayor agradecimiento hacia el santo prelado que se tomó la molestia de escribírmela”.
La carta del Obispo de Montreal dirigida a Eugenio que hemos analizado en las últimas entradas señaló algunas de la fallas de los Oblatos que requerían atención. La forma en que lo hizo es una lección en sí misma, a lo que Eugenio comentó:
“¡Cuánta moderación, amabilidad y cuánta caridad! Con tantos temas insatisfactorios, no presentó ninguna queja; incluso recalcó la tarea y virtudes de quienes se muestran tan imperfectos y por debajo de su santa misión, según la primera parte de su carta. Aunque también ¡qué lección en las recomendaciones que sugiere les haga!”
Al ver algunas de las equivocaciones, Eugenio se encuentra desconsolado pues temía que sus sueños de éxito de la vida religiosa y misionera de sus hijos estuviera en peligro y solo les llevara al fracaso.
“Ni una palabra se dice sin fundamento, es la verdad real y llana. Es el espejo fiel de una realidad innegable. Mi corazón está afligido. Están convencidos de un mal comportamiento en todo. Ninguno queda exento de reproches bien merecidos. Todos han contribuido a desacreditarse a sí mismos y a la congregación, de la que dan una pobre imagen en el nuevo mundo”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Marzo 20, 1843, EO XXI
Su «pesadilla» nunca se hizo realidad y los misioneros dieron frutos admirables.
Lo que sobresale para mí es cómo el Obispo Bourget pudo ver el bien en cada persona y sus posibilidades, sin nunca permitir que las fallas eclipsaran su bondad. Eugenio reconoce esto en su respuesta:
“¡Vaya carta a la que debo contestar! Me inclino ante el corazón que la ha escrito. Monseñor, nunca podría expresarle hasta qué punto me conmovió y generó mi admiración y agradecimiento. Permita que desahogue mi corazón con sencillez y franqueza, sin halagos: en cada línea pude admirar la generosidad del obispo, la bondad de un padre, la entrega de un amigo. Quisiera que aquéllos a quienes se menciona tuviesen siempre a la vista esta admirable carta, que se grabó en mi alma…
Me siento feliz por el bien que hacen en su diócesis y el testimonio que desea dar de ellos me colma de alegría, pero no basta, si entiendo que no le causen ninguna inquietud ni preocupación, y me atrevo a pensar que así será…”
Carta a Ignacio Bourget, Obispo de Montreal, Mayo 30, 1843. EO I núm. 18
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