En su diario, Eugenio vierte su sufrimiento con Jesús en la Cruz.
“Viernes Santo. Desde hace ya mucho tiempo la enfermedad de mi amado Luis me tenía clavado a la cruz y hoy tuve que expirar con el Cordero de Dios en ella. Había salido un momento a administrar el sacramento de la confirmación a un moribundo cuando el Sr. Boisgelin llegó al obispado; su sola presencia bastó para entender la terrible noticia que tanto temíamos. Ayer estaba con su hijo cuando éste entregó su alma al Creador. Sucedió a la misma hora en que yo estaba en el altar, ofreciendo el santo sacrificio por él, no tanto por la curación de su cuerpo, sino por la santificación de su alma.
Y así, fue al cielo quien fue nuestro consuelo en la tierra. Tantos talentos y virtudes perdidos para nosotros. Uno de los ramos florales más bellos de nuestra corona ha caído; una parte de nuestro ser ha desaparecido; porque ¿acaso no vivimos en lo que amamos?
… Una tregua a mi pobre corazón, ante todo pensamiento: sólo Dios es Señor de sus criaturas; Él dispone de ellas según su justísima, santísima y adorable voluntad ¡que se haga su santa voluntad, aunque nos cueste la vida!”
Diario de Eugenio de Mazenod, Marzo 25, 1842, EO XXI