¿DÓNDE HEMOS ESTADO Y ADONDE NOS INVITAN A IR?

A lo largo de los últimos seis años hemos leído y reflexionado sobre los escritos de San Eugenio en forma cronológica. La última carta sobre la que reflexionamos fue la del 21 de octubre de 1828 (http://www.eugenedemazenod.net/esp/?p=2380) publicada el 2 de septiembre de 2015)

Posteriormente hice la pregunta: ” ¿EXISTE UNA ESPIRITUALIDAD OBLATA/MAZENODIANA?” (http://www.eugenedemazenod.net/esp/?p=2382). Es un cuestionamiento que nos ha acompañado a lo largo del año del bicentenario de nuestra fundación, culminando con la reflexión sobre las primeras diez constituciones de nuestra Regla de Vida Oblata – un resumen de los aspectos centrales de nuestro carisma y espiritualidad como Familia Mazenodiana.

Ahora retomaremos los escritos de San Eugenio desde fines de 1828. Comienza una década en la que vivió algunos de los momentos más difíciles de su vida. La muerte de colaboradores cercanos, brotes de enfermedad grave y depresión, conflicto y persecución de parte de las autoridades francesas, ordenación como Obispo titular de Icosia, conflictos políticos que le llevaron a ser abandonado tanto por el rey de Francia como por el Papa.

En 1837 Eugenio fue nombrado Obispo de Marsella y vemos emerger a un hombre mejorado y enriquecido por el sufrimiento y las dificultades.  En los siguientes 24 años sería el pastor guía y padre de tanto la Congregación Oblata en su expansión numérica y geográfica, como de la diócesis de Marsella, la segunda ciudad más grande de Francia – ambas realidades detonándose con nueva vida y cifras bajo su guía.

Las palabras de Elisabeth Kubler-Ross reflejan el proceso en Eugenio: “Las personas más maravillosas que hemos conocido son quienes han sabido de la derrota, del sufrimiento, de las dificultades, conocido la pérdida y que han encontrado el camino desde esas profundidades.”

 

Que la intercesión de Eugenio nos acompañe al reconocer en su vida la presencia del Salvador Crucificado, quien nunca le abandonó – y nos permita verlo como una invitación a reconocerlo en nuestra propia vida, especialmente en tiempos difíciles.

 

 

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