Están siempre dispuestos a responder a las necesidades más urgentes de la Iglesia mediante varias formas de testimonios y ministerios, pero sobre todo por la proclamación de la Palabra de Dios, que encuentra su culminación en la celebración de los sacramentos y en el servicio al prójimo.
CC&RR, Constitución 7
La descripción de Eugenio de lo que debe ser nuestra predicación sigue vigente para nuestra época:
Sería ir directamente contra el espíritu de nuestra Regla
el atender más… a la elegancia del estilo que a la solidez de la doctrina…
No debemos mirar más que a la instrucción de los pueblos…
no contentarnos con partirles el pan de la palabra sino masticárselo,
o sea, hacer que cuando salgan de nuestros sermones, no se vean tentados a admirar neciamente lo que no comprendieron,
sino que queden edificados, conmovidos, instruidos, pudiendo repetir en el seno de la familia lo que oyeron de nuestros labios.
Regla de 1818, Primera Parte, Capítulo 3, §1
Proclamar la Palabra de Dios no es solo una cuestión de palabras propias – podemos aplicar la enseñanza de San Eugenio a todas las áreas de la vida: mientras más clara y directa sea la actitud o acción, más efectivo será nuestro testimonio. La sencillez en el estilo de vida, como vemos en tantos grandes testigos, habla en voz alta de la presencia de Dios en nuestras vidas – y deja una impresión duradera. Permitir que la Palabra nos permee, nos lleva a la sencillez.
“La lectura es el estudio meticuloso de las Escrituras, la concentración de los poderes personales en ellas. La meditación es la aplicación ocupada de la mente para buscar, con la ayuda de la razón propia, el conocimiento de la verdad oculta. La oración es el cambio del corazón hacia Dios, para desechar el mal y lograr lo que es bueno. La contemplación es cuando la mente de alguna forma se eleva hacia Dios y se mantiene sobre ella, para probar la alegría de la dulzura eterna”. Lectio divina por Guigo II, Monje Cartujo.
Me encanta esto del carisma…