Las lágrimas de Eugenio fueron causadas inicialmente por su conciencia de ser un pecador. En ninguna parte dice cuál era este “pecado mortal”, pero el contexto sugiere que fue el comprender cómo su vida había estado encaminada hacia la dirección equivocada, fuera de Dios.
El punto culminante de la experiencia es que sus lágrimas de tristeza se volvieron lágrimas de paz y alegría. Él no estaba siendo castigado por ser un pecador, sino que se le dio la gracia de convertirse y cambiar la dirección de su vida hacia Dios.
Yo estaba en estado de pecado mortal y eso era precisamente lo que ocasionaba mi dolor. Pude entonces, como en alguna otra ocasión todavía, percibir la diferencia. Jamás mi alma quedó más satisfecha, jamás sintió más felicidad; y es que en medio de aquel torrente de lágrimas, a pesar de mi dolor, o más bien a través de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia su fin último, hacia Dios, su único bien cuya pérdida sentía vivamente
Notas de retiro, diciembre 1814, E.O. XV n.130