La atención se encontraba en Marsella en 1822, con el movimiento para restaurar la Diócesis de Marsella, cerrada por la Revolución francesa. No había habido Obispo en 21 años, pues el territorio era administrado por el Arzobispo de Aix (y Aix misma tampoco había tenido un obispo residente en varios años). Por consiguiente, la situación de la iglesia en Marsella no era saludable. A la caída de Napoleón y la reinstauración de la monarquía, se despejó el camino al restablecimiento de todas las diócesis cerradas durante la Revolución. En 1817 el tío de Eugenio, Fortuné de Mazenod, había sido nombrado Obispo de Marsella, sin embargo, las consideraciones políticas y económicas habían evitado la reinstauración de la diócesis.
La gente de Marsella había formado bandos sobre el nombramiento del futuro Obispo. Algunos de la clase alta apoyaban a Forbin Janson, mientras que los pobres estaban con Fortuné. Los adinerados tenían los medios y el poder para apoyar a su candidato, al tiempo de hablar mal de Fortuné. Propagaban la idea de que era demasiado viejo y senil para ser Obispo. De hecho, tenía 72 años, lleno de energía y buena voluntad. Habían escrito a París diciendo que había llegado a un estado cercano a la decrepitud y se había publicado un artículo.
Eugenio decidió no reaccionar públicamente al artículo:
No es por indiferencia ni por falsa virtud que no escribo desde París. Sigo creyendo que hemos hecho todo cuanto la prudencia humana exigía para apartar los complots de la malevolencia…
Hay que abandonarse a la divina Providencia y pedir a Dios dirija los acontecimientos según su beneplácito y no según las pretensiones de los hombres.
No hay duda para mí que el artícu¬lo de la “France Chretienne” ha sido proporcionado por la malignidad y tal vez por las pretensiones de la intriga. Lo que lo demuestra es que las reflexiones que sólo aplica a Marsella habían igualmente podido ser para Montauban, cuyo recién designado se encuentra absolutamente en la misma posición que mi tío.
Carta a Hippolyte Courtès, Marzo 8, 1822, EO VI núm. 81
“Si te encuentras en el acantilado, no desesperes; sé un faro.” Anónimo