QUÉ HERMOSA MUERTE!

En 1819, falleció Paulin Castellas, uno de los miembros de la Congregación de la Juventud de Eugenio. Había vivido por algún tiempo con otros estudiantes en la casa de los Misioneros en Aix. Eugenio reflexiona y escribe respecto a la vida de este joven en el Diario de la Congregación de la Juventud:

Este joven, muy disipado en su primera infancia, se convirtió a consecuencia de la misión que dimos en Grans, su pueblo natal. Hizo la primera comunión con sentimientos que mostraban todo lo que la gracia había sabido obrar en su alma y nunca se desmintió de las buenas resoluciones que entonces tomó para todo el curso de su vida.
Sumamente descuidado por su madre, mujer desprovista de juicio, sintió por sí mismo la necesidad que tenía de trabajar. El buen sentido natural de que estaba dotado le hizo preferir la saludable disciplina de una casa de educación a la libertad de que gozaba plenamente en su casa y empleó el dominio que su madre le había dejado tomar sobre ella para exigir que le dejara entrar en la Misión, donde se accedió con gusto a secundar su buena voluntad ofreciéndole los medios para instruirse.
Imposible decir cuán digno de estima se volvió este amable niño por su piedad, su docilidad, sus atenciones y todas las buenas cualidades que desplegó sin esfuerzo. Se le veía crecer a ojos vistas en la virtud y empezaba a dar las mejores esperanzas cuando un esputo de sangre vino a alarmarnos sobre su salud. Se le prodigaron cuidados de toda clase, pero en vano. Desde entonces fue decayendo de tal modo que se nos quitó toda esperanza de curación. Su madre quiso ensayar si el aire natal podía devolverle la salud, pero al contrario, su estado empeoró más rápidamente todavía, y ya no fue posible disimularse que su fin se acercaba. Lejos de asustarse con ese anuncio, él se alegró sinceramente y dijo al respecto las cosas más conmovedoras al Sr. párroco de Grans, su pastor, a quien lo habíamos recomendado.
Recibió de nuevo los sacramentos, que ya se le habían administrado varias veces antes de salir de Aix. Sus últimas jornadas se emplearon solo en hablar de Dios. En el momento de la muerte, con pleno conocimiento, dirigiéndose al párroco que estaba a su lado, exclamó extasiado: ¿no veis el cielo abierto ante nosotros? ¡oh, qué hermoso es, qué hermoso es! Nuestro Señor, la santísima Virgen, qué hermoso es! Y extendiendo los brazos hacia esas realidades presentes a su vista, expiró, o mejor dicho su bella alma voló hacia el cielo que se había acercado a él y del que no dudo que tomó posesión en el mismo instante. ¡Qué hermosa muerte!

Diario de la Congregación de la Juventud, Junio 5, 1819, EO XVI

 

«La vida es un camino; la muerte es un destino.»  Autor desconocido

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