EL SUPERIOR DE LA COMUNIDAD ES EL INSTRUMENTO DE DIOS

En ese momento había 5 Misioneros en Aix y 7 novicios-seminaristas y todo indicaba que el grupo seguiría incrementándose. Había además algunos estudiantes universitarios que vivian en la casa, aunque no tenemos registros de cuántos. Este grupo juvenil lleno de energía requería una Regla de vida para poder desempeñarse adecuadamente. Por algún tiempo Eugenio y los Misioneros estuvieron trabajando en redactar dicha Regla:

… Mientras arreglamos lo que hay que añadir a la Regla….

Desde el principio Eugenio había sido el superior del grupo, pero al prepararse para tener estructuras más permanentes, reflexiona:

Dios me es testigo de que no ambiciono el mando; es eso tan cierto que- no puedo tomar sobre mí el mandar y que la sola palabra de superior hiere cierto sentimiento interior que la rechaza cada vez que la pronuncio,

Es extraño leer esto, pues Eugenio pasó su vida dando órdenes – desde su niñez hasta su muerte! Era un líder nato e instintivo – y aún así en este momento se debatía con la palabra “superior” y con el concepto de tener un papel de mando.

Estaba consciente de que un grupo de personas no puede ser eficiente sin tener orden, lo que llamaba a tener un superior de la comunidad

pero me gusta mucho el orden que no puede existir allí donde no hay subordinación.

Ahora comenta su comprensión de la figura del superior en relación a Dios

Que me den un superior y le juro de antemano la más completa sumisión y le prometo no actuar sino según su voluntad, que será a mis ojos la de Dios, cuyo representante será para mí…

Hoy en día, la Constitución 81 de nuestra Regla de vida expresa la misma idea, de esta forma:

“Los superiores son un signo de la presencia del Señor, que está en medio de nosotros para animarnos y guiarnos. Impulsan a sus hermanos a vivir de acuerdo con su vocación de Oblatos, al mismo tiempo que les ofrecen el apoyo que necesitan. ”

Eugenio se nota cansado de las batallas que ha debido realizar como Superior respecto a las fuerzas externas en Aix y en París, deseando que alguien más tome la responsabilidad:

¡Quiera Dios que queráis concederme ese favor! Así ocurrirá, lo espero.

Carta a Henri Tempier, el 4 de noviembre 1817, E.O. VI n. 29

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