En este hermoso texto, Rey nos da una idea de la alegría de Eugenio al final del día de celebración y retiro con las mujeres que trabajaban en el mercado. El ideal de ser «cooperadores del Salvador» era lo que Eugenio deseaba para todos los miembros de su familia misionera; aquí lo vemos puesto en práctica por los miembros laicos de su diócesis: cooperadores del Salvador.
Al concluir la ceremonia y los cantos, el Obispo de Mazenod se dirigió a la asamblea: «Me dirigiré a ustedes en su hermoso lenguaje Provenzal», dijo el Prelado, «ese lenguaje que desprecian solo quienes no lo conocen».
Y así fue que nuevamente un Misionero del pueblo, que hablaba en su lenguaje anterior y con el mejor acento Provenzal, agradeció a las señoras del mercado y a toda la congregación la alegría que habían dado a su Pastor Principal. Si valoraban su presencia con ellos, ese día, era más bien de felicidad para él, pues su corazón de obispo debía expresar la emoción y gratitud: una asamblea entera que llegaba para acercarse al Altar Sagrado, ochocientas comuniones y el quedarse sin hostias en esa reconciliación universal, que llevó a ser necesario celebrar una segunda Misa para recibir a todos”.
Esa tarde le conmovieron grandemente la misma disposición y los hermosos testimonios de fe. Propuso y añadió clausurar el encuentro con algún buen consejo, pero antes dijo «mai loit predicatour me leis a leva de la bonco» (En Provenzal: el predicador me quitó las palabras de la boca»). Y la asamblea compartió la risa del Prelado. El predicador me dejó solo algo que decirles, y eso es mi satisfacción por todo el bien que él y sus valiosos colaboradores realizan: cuentan con mi estimación y veneración por su índole y mi entera confianza en ellos. Su Pastor no puede cuidar él mismo de todas las necesidades de su rebaño, pero estos buenos trabajadores me ayudan a cuidar de ustedes en este ámbito de Padre de la familia, sembrando y cosechando conmigo”.
Rey página 204